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Por todo ello creo firmemente que este bellísimo soneto bien pudo brotar de un corazón y una mano saturados del más puro y genuino espíritu franciscano. Franciscana es su teología, franciscana su mística, franciscana su espiritualidad y hasta franciscana su auste­ ridad expresiva. Franciscana también su sencillez y humildad elocu- tivas y su sobriedad ornamental. Hasta me atrevo a decir que son igualmente franciscanas su carencia de imágenes y metáforas y su pobreza de rimas, llamadas precisamente pobres. Me creo, pues, con pleno derecho a opinar que el autor del soneto debió de ser un buen teólogo franciscano muy familiarizado con el cristocentrismo. Y ¿cómo no? un excelente poeta, pero como franciscano, sin pretensiones literarias y que hasta por humildad fran­ ciscana quiso que su nombre pasara desapercibido. Un poeta, pues, muy franciscano. SUGERENCIAS EN TORNO AL SONETO «NO ME MUEVE, MI DIOS» 331 HUELLAS DE ESTE SONETO Entre los variados sonetos, que en su tiempo y después se han compuesto, no sé si imitándolo o emulándolo, yo he escogido uno del célebre dramaturgo don Pedro Calderón de la Barca. Lo he esco­ gido por doble motivo: por la nombradía y valor de su autor y por la belleza y valía del propio soneto. El soneto es éste: Si esta sangre por Dios hacer pudiera que la herida a los ojos la pasara, antes que la vertiera la llorara, fuera elección y no violencia fuera. Ni el interés del cielo me moviera, ni del infierno el daño me obligara, sólo por ser quien es la derramara cuando ni premio ni castigo hubiera. Y si aquí, infierno y cielo, mi agonía abiertos viera, cuya pena o cuya gloria estuviera en mí, si prevenía ser voluntad de Dios que me destruya, al infierno me fuera por la mía y no entrara en el cielo sin la suya.

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