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== en cierta ocasión el beato Diego oraba en el Coro y vió á Jesu- cristo cargado con la cruz en el presbiterio, y que al pasar de un lado al otro cayó en tierra. Levantóse el Siervo de Dios, y corrió á ayudar á Jesucristo para que se levantara, diciéndole al mismo tiempo con un acento de compasión y de amor: Qué es eso, Se- ñor? qué significa esa caída?” “¿Cómo no he de caer,—respondió Jesús—sI tú que me ayudabas, piensas abandonarme con gran de- trimento de las ovejas extraviadas y de las almas que yo redimí?” Dichas estas palabras desapareció la visión, y el beato Diego se sintió tan prodigiosamente animado para dedicarse á las misiones, que el mundo conocido le parecía demasiado pequeño para la in- mensidad de su celo. San Pablo nos enseña que los sacerdotes son auxiliares de Dios: Dei adjutores sumus, y Jesucristo envió á sus Apóstoles como el Padre celestial lo había enviado á él, de modo que el ministerio apostólico es de institución divina y tiene por objeto la salvación de las almas. El beato Diego, pues, se dedicó á las misiones hasta la muerte con el mayor ahinco, y durante ventiocho años recorrió todo Es- paña predicando el Evangelio eterno del reino de Dios, con el éxi- to admirable que ya se ha dicho. Ni lo áspero de los caminos, ni el rigor de las estaciones, ni las tempestades, ni sus enfermedades, nada lo arredraba, nada lo detenía: su celo no conocía obstáculos, su amor á las almas allanaba todas las dificultades. ¡Qué no ha- bría hecho él para dar almas á Dios! El buen Pastor que busca sus ovejas, el piadoso Padre que sale al encuentro del hijo pródi- go son su modelo. No pensaba más que en salvar las almas, por- que así como su salvación eterna es el fin supremo á que tienden todas las disposiciones de la Divina Providencia, y entre las obras divinas la más divina, es decir, la más digna de Dios, la más pro- pia de su amor y de su sabiduría, es conducir las almas á la eterna bienaventuranza, estaba bien persuadido que no puede prestarse á Dios mejor servicio que trabajando bajo su autoridad soberana, para la salvación eterna de las almas. ¿No es esta la obra más grande del poder y del amor de Dios? ¿No es este el mayor bien que puede hacerse al prójimo? Y entonces ¿por qué no sería tam- bién la obra más sublime y santa á que puede dedicarse el hombre? Pero el beato Diego no se contentaba solamente con predicar: la predicación es una parte del ministerio sacerdotal, una parte 10 A
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