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Edo mas de toda especie de injurias y humillaciones, la Divina Provi- dencia suscitó un hombre, un religioso, un sacerdote en quien el espíritu del seráfico Patriarca se manifestara con toda su belleza y esplendor. Este sacerdote, este religioso, este hombre venerable es nuestro beato Diego. Para él ver un sacerdote era ver á Jesucristo: su alma sacerdotal se conmovía profundamente á la vista de un sa. cerdote. Jamás encontraba un sacerdote por la calle sin que se ar- rodillara á sus pies y la besara la mano. Frecuentemente besaba con amor y entusiasmo el sitio donde el sacerdote ponía los pies cuando celebraba el santo sacrificio de la Misa. Si en presencia de otros sacerdotes le presentaban á él algún objeto para que lo ben- dijera, se excusaba cuanto podía por respeto y deferencia á sus hermanos en el sacerdocio, é impulsado por las mismas considera- ciones pedía humildemente la bendición á los demás sacerdotes. Cuando les predicaba 4 puerta cerrada, como sucedía con frecuen- cla, lo hacía siempre de rodillas, jamás de pie, jamás sentado. ¿De donde procedía tanto respeto, tanta veneración á los sacerdotes? No era hipocresía, no era adulación, no era cálculo, no era miras humanas lo que le impulsaba á portarse con tanta deferencia ha- cia los ministros de Dios. Nó, no eran respetos fingidos, no eran homenajes engañosos los honores de que él colmaba á sus herma- nos en el sacerdocio. Los veneraba con sinceridad, con amor, con entusiasmo porque veía en ellos al Sumo Sacerdote, al Pontífice eterno y supremo, en quien y por quien todo sacerdote es venera- ble. La misma solicitud con que se esmeraba en honrar el sacer- docio en sí mismo, procuraba honrarlo en los demás sacerdotes. El carácter sacerdotal es igual en todo sacerdote. y en todos lo respetaba con la misma veneración. La fé, la fé solamente, la fé únicamente puede obrar tan gran- de maravilla, porque ella sola puede elevar al hombre sobre todas las flaquezas humanas. No tener ojos para ver los defectos é Im- perfecciones que á veces deslucen al sacerdote, fijarse única y exclusivamente en el carácter sacerdotal, en los honores, privile- glos y poderes que este le confiere, no tener en cuenta sino que es un representante y. ministro de Jesucristo, no ver en el sacer- dote sino la hermosa y auténtica imagen del Pontífice eterno y su- premo fiador de los bienes futuros que esperamos ¿no es un acto de fé sublime, admirable, heróico? La santidad del carácter sa- í
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