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2 es solamente en los Cielos donde hay arcanos incomprensibles, no es solamente en el hombre, en su cuerpo, en su espíritu donde hay secretos insondables; en cualquiera flor, en cualquiera semilla hay maravillas inescrutables. Dios se presenta grande y admirable en todas sus obras: todo cuanto hace, así en los Cielos como en la tierra y en los más profundos abismos, lleva el sello de su poder infinito, de su infinita sabiduría, de su infinita bondad. Nada hay mas in- sensato que la incredulidad, nada hay mas ingrato que la impiedad. En la religión hay misterios como los hay en la naturaleza, pero son misterios de sabiduría, son misterios de amor, misterios de un amor y de una sabiduría todopoderosa. El Santísimo Sacramento no es únicamente un misterio, sino un conjunto de misterios al que están vinculados numerosos ar- canos, grandes recuerdos y grandes promesas. En efecto, el Santí- simo Sacramento, es, por decirlo así, la continuación de la Encar- nación del Verbo Divino, ó su reproducción en aleún sentido como se indica en el prefacio del misal romano: es un monumento per- pétuo de la pasión y muerte de Jesucristo para redimir y salvar al género humano; es la prenda de la gloria futura, una especie defian- za que Dios nos dá en la vida presente para asegurarnos mejor del cumplimiento de sus promesas. Por todas estas consideraciones el Santísimo Sacramento es en toda la verdad de la palabra no un mis- terio, sino un conjunto de misterios; un compendio de toda la reli- gión verdadera, el centro de todo el culto católico; el alma, el cora- zón de la Iglesia, Profundamente penetrado de estas verdades, nuestro beato Die- go juzgaba con razón que el amor de los fieles al Santísimo Sacra- mento era un poderoso preservativo contra el contagio del error y la relajación de las costumbres. Movido de estas consideraciones y por el encargo que, como se ha dicho, le hizo el mismo Jesucristo de que predicase á los pueblos la devoción al gran misterio de su cuerpo y de su sangre, no se contentó con ser él mismo devotísimo del Santísimo Sacramento, sino que trabajó con infatigable celo pa- ra comunicar á los fieles los sentimientos de fé y de piedad de que rebosaba su corazón hácia el incomparable misterio de la bondad divina. Sabido es que un célebre religioso capuchino, Fr. José de Mi- lán, fué el autor del piadosísimo ejercicio de las cuarenta horas tan

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