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— 33 — canos insondables, de secretos inescrutables, prueba evidentemen- te cuán firme era la fe de nuestro beato Diego. Quién de tal manera creía la más difícil y árdua de todas las verdades que constituyen la integridad del Credo católico ¡qué devoción no de- bía profesar á las demás verdades de nuestra augusta y venerable religión! Admiramos los escritos de $. Agustín, S. Fulgencio, S. Ambrosio, S. Basilio y demás santos Padres en defensa de la Unidad natural de la esencia divina, y de la Trinidad, natural también, de sus personas; admiramos los Osios, Atanasios, Grego- rios y otros campeones ilustres de tan venerable y profundo mis- terio. ¿Y cómo no admiraremos á nuestro beato Diego que por es- pacio de 34 años expone la doctrina católica acerca de la Santísima Trinidad, la defiende contra los ataques de la incredulidad que principiaba á cundir en nuestra Patria, y trabaja de una manera incansable para inflamar el amor y la devoción de los fieles hacia Dios Uno y Trino? Saludemos al grande Apóstol de la Sma. Tri- nidad que recorre todo España confirmando á nuestros padres en su santa fe. Cuando les fortalecía en el dogma capital quería ar- marlos contra los errores del naturalismo y del racionalismo mo- dernos tan activamente propagados en el extrangero; quería preye- nirlos contra el inminente peligro que les amenazaba: quería escudarlos contra los tiros envenenados de la falsa filosofía que, renegando la fe católica, concluye por negar también las verdades primordiales de la razón natural. Nuestro beato Diego no podía combatir de una manera más eficaz las erróneas é insensatas teo- rías de la soberanía absoluta de la razón, que proclamando muy alto el dogma de la Sma. Trinidad, dogma soberano por excelencia, principio, origen y razón suficiente de toda verdad, de toda luz, de toda virtud, de todo bien. Pero así como su profundísima y admirable fe en el misterio incomparable de Dios naturalmente Uno y Trino, Uno en la esen- cia y Trino en las personas, era una fé fecunda en buenas obras y animada del amor más entusiasta, de los deseos más vivos y ardientes de ver en el cielo el gran dogma cuyas maravillas tan- to le entusiasmaban sobre la tierra, así también quería él que to- dos los fieles ardieran en tan grande y divino amor, que todos de- searan vivamente ver en lo alto de los cielos aquel misterio augusto y soberano que constituye el objeto capital de su fe sobre ó

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