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E a. su santa muerte: no decimos, pues, nada nuevo, sólo nos hacemos eco de una tradición que reputamos digna de respeto. En varias ocasiones que el pueblo vitoreaba á nuestro beato Diego, éste respondía: Alabemos y bendigamos á la Sma. Trini- dad, al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo: Viva la Sma. Trini- dad. Así respondió á los aplausos y vítores que se le prodigaron en Málaga, Sanlúcar de Barrameda, Játiva y varias otras pobla- ciones de Aragón, Cataluña, Castilla y Galicia. A fin de eternizar esta grande y santa devoción en toda Es- paña, procuraba con todas sus fuerzas que en las iglesias hubiese altares dedicados á la Sma. Trinidad, y que en las calles y plazas hubiese cuadros que la representasen. Se cuentan más de 500 los que se expusieron á la veneración pública, ante muchos de los cuales ardían lámparas costeadas por la devota piedad de los fie- les, movidos pcr los ejemplos y exhortaciones del beato Diego José de Cádiz. Logró también que en varias ciudades se erigiesen triunfos en honor del misterio de la Sma. Trinidad, y el Ilustre Ayuntamiento de Sevilla costeó uno que importó más de 100,000 pesetas. Desde que tuvo licencias para anunciar la divina palabra, pre- dicó en la domínica en que la Iglesia celebra el misterio de la Sma. Trinidad con una fiesta especial. Mostrábase infatigable y verdaderamente admirable sobre este augusto dogma. Siempre elocuente, piadoso, devotísimo parecía que en aquella solemnidad sobrepujaba su devoción ordinaria, y que su piedad y elocuencia encontraban siempre nuevos recursos para exponer tan sublime doctrina, explicarla con símiles y figuras admirable mente adapta- das á la capacidad del común de los oyentes, defenderla contra los ataques de la incredulidad, persuadirla y grabarla profundamente en el espiritu y en el corazón de los fieles. Todo lo más ilustre de la ciudad donde predicaba se reunía en torno de su cátedra; pero cuando lo hacía sobre el misterio de la Sma. Trinidad, los ecle- siásticos y personas instruídas se apresuraban á oir á nuestro bea- to Diego con un sentimiento de piedad y de curiosidad que raya- ban en entusiasmo. Querían saber qué es lo que podría decir de nuevo que ya no hubiera dicho en lós años anteriores; pero era grande su admiración al ver que nunca se repetía. Habiéndole oí- do un catedrático de la Universidad de Valencia, no pudo menos de manifestar su asombro con estas expresiones:
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