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CAPITULO VII Virtudes del beato Diego José de Cádiz. Grande error sería por cierto creer que. el beato Diego conmo- vía la España por el solo poder de su palabra y la fuerza de sus milagros: la elocuencia y lo sobrenatural impresionan profunda- mente, no hay duda; pero hay todavía un poder más alto, un po- der más vigoroso, un poder más eficaz: el de la santidad. En efoc- to, nada cautiva más poderosamente los pueblos, nada los atrae de una manera más irresistible, que el delicioso perfume que se des- prende de las virtudes. La santidad es la que habla al corazón con mayor elocuencia, y para obrar grandes conversiones, para reformar los pueblos de una manera general y durable, es necesario ser un santo, y así vemos que sólo á los santos está reservada la grande gloria de regenerar los pueblos y trasformarlos según Dios: la historia lo prueba hasta la evidencia, porque sólo los santos están llenos del espíritu de Dios, espíritu santificador y vivificador, úni- co que da la vida al mundo. Siendo esto así, no es posible que el beato Diego atrajera en pos de su persona toda la España, y transformara tan profunda y admirablemente los pueblos sino por las grandes virtudes que en él resplandecían: examinémoslas, pues, estudiemos de cerca la san- tidad que le daba esa prodigiosa fuerza moral por la que obraba tantas maravillas, PARAGRAFO IL La Fe: Devoción del B. Diego á la Sma. Trinidad. Principiemos por la fe. Esta virtud ó don de Dios, es para el orden sobrenatural lo que la razón para el orden natural. La fe es en efecto el principio, la raíz y el fundamento de toda justifi- cación, de toda la vida del justo: Justus meus ex fide vivit, decía S. Pablo. Aunque la fe sea indivisible tiene sin embargo muchos grados: la fe puede subsistir sin las obras, la fe viva puede ser 4
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