BFCLEO00033-H-100000000000000

94 ········\ Memorias ················••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• divisamos los ranchos. Buscábamos una entrada pues veíamos señales de que no hacía mucho habían caminado por donde nosotros íbamos y habían comido, dejando restos. Por tanto con esta seguridad íbamos confiados de que pronto conseguiríamos el sendero que nos llevaría a la vivienda. Caminamos una y otra hora. Era evidente que nos habíamos pasado. Nos encontramos con una quebrada que, según el P. Adolfo había observado, debían atravesar para ir a un platanar, si seguíamos la quebrada que encontramos, a la fuerza daríamos con el sendero de los biakshi. Dicho y hecho, ahí mismo echaron mano de los machetes, los que los llevaban, que eran más de la mitad, en la intención de irnos turnando. Después de un buen rato de ir quebrada arriba, pasando unas piedras grandísimas y rodeados de un monte muy tupido y alto, que cuanto más avanzábamos menos luz teníamos. Aquello parecía un túnel. Había muchas ramas con espinas, algún avispero colgaba delante de nuestras narices de vez en cuando, era muy difícil no alborotarlos, y menos escapar de sus picadas; decidimos que por allí no se podía seguir. Volvimos al río para seguir por él. Caminábamos con mucha dificultad, porque a veces venía tan metido entre las dos montañas que llevaba a cada lado, que no se podía continuar por él sino por las orillas, subiendo y bajando como las cabras, y cada vez con menos fuerzas, pues desde el desayuno no habíamos probado bocado, y eso fue a las siete, y ya estábamos en las tres y media de la tarde, y sin esperanzas de encontrar comida. Ahora nos contentábamos con llegar a nuestro destino antes del anochecer. CENANDO CON CARAMELOS Pero cada vez se veía menos y eso a las cuatro y media de la tarde, las subidas y bajadas era cada vez mas frecuentes y altas. Nos teníamos que agarrar a las piedras que salían al paso y que nos servían de ayuda para no ir abajo. En una de esas subidas, oigo un grito muy fuerte que me dice: "¡Fray, que te pica una culebra!". Enseguida le respondo al bueno de Manuel Ubirichi, que era el que me gritaba: "¡Mátala, rápido, pero cuidado con la mano!". Ahí mismo siento que el machetazo pasa al lado

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz