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A partir de este día de Año Nuevo, formo parte de una nueva comunidad: la de la motilonia. De momento somos el padre Adolfo, como superior, y yo. Este sacerdote era, también, superior de todos los capuchinos del Vicariato Apostólico de Machiques. Comenzando el año, por tanto, comienzo mi estadía entre los bari. Lo primero sería crear las instalaciones para residir permanentemente entre los barí, porque no había nada de nada. Los primeros meses sería un ir y venir del Tukuko a la motilonia. De todos modos, los barí hacían lo mismo y siempre en el Tukuko había un buen número de ellos. Todos, en la Misión, se desvivían atendiéndolos, buscando consolidar el entendimiento que recién se había conseguido. La situación de los barí era especialmente delicada. Acababan de entrar en contacto con los "dabagdó" (criollos no indígenas), habían bajado la guardia y ahora estaban inermes e indefensos. La gente con la que empezaban a relacionarse no siempre era honrada y responsable y, muchos, se querían aprovechar de ellos por interés económico, como disfrute sexual, como entretenimiento, como compensación de sus propias limitaciones y miserias... En pocas palabras: este contacto de los barí y los criollos estaba presidido por el engaño. A esto hay que añadir el problema sanitario. Los barí al estar herméticamente cerrados al mundo occidental desconocían muchas enfermedades muy comunes en el resto del país. Ante ellas estaban desamparados y la asistencia médica era urgente para evitar epidemias. En la Misión del Tukuko se hacía cuanto se podía para paliar esta problemática. Allí, todos los barí que se acercaban estaban bien

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