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la Inmaculada. Desde entonces se ha mantenido la tradición. Este año experimentamos que Ella no se deja ganar en generosidad: nos mandó unos temporales estupendos para nuestros campos y cultivos y todas nuestras siembras fructificaron abundantemente, ¡al ciento por uno! Bien que nos venía esta abundancia de frutos para remediar tanta necesidad: de los internados, de los yukpas en general, de los mismos animales. Salidos del mes de mayo y entrados en el mes de junio, seguimos la rutina de siempre. Especial empeño pusimos en el mantenimiento y limpieza, tanto de los edificios como de los alrededores de los mismos. El tener ahora más tiempo nos permitió limpiar bien la iglesia desde el techo hasta el suelo, paredes y cornisas. El polvo y las telarañas, muy abundantes, habían ensombrecido el esplendor de la Iglesia a pesar de ser relativamente nueva. Hicimos lo mismo en los edificios de los internados. Una vez limpio y ordenado todo, un grupo de pintores, de los mayores, pintaron todas las dependencias, primeramente del internado de los varones y después de las niñas. En el mes de junio se continuó la limpieza del maíz y de la yuca. Este trabajo iba a durar mucho porque, como ya se dijo, la siembra era muy extensa. En agosto, cuando ya había terminado la limpieza de la yuca y el maíz, nos organizamos en cuadrillas de camineros, para arreglar la vía que serviría para trasladar la abundante cosecha. Nos animábamos unos a otros a llevar nuestro trabajo adelante. Muy contentos entramos en el mes de septiembre y empezamos a prepararnos para recoger el maíz. Todo es ánimo, energía y entusiasmo, al principio. Pero como decía el viejito de Castrejón: ¡Ya vendrá tío Paco con el rebajón! Yasí fue. Después de unos días ya no había tanto brío como al principio, sobre todo entre los medianos, que eran muchos. Los mayores estaban más acostumbrados
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