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67 Fray Emiliano de Cantalapiedra i" ••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• yukpa. Hubo carrera de caballos. El día terminó como los otros: con la película y la chicha. Demás está decir que todos los días tuvimos Misa Solemne, rosario, procesión y bendición con el Santísimo. Los yukpas venidos de fuera se fueron despidiendo. Al hacerlo le decían al P. Superior, P. Adolfo de Villamañán, que les fueran haciendo las casas porque ellos pensaban bajar para quedarse, definitivamente, a vivir en el Tukuko. Y dicho y hecho: muchos cumplieron su promesa y la Misión también: cuando fueron llegando encontraban la casa hecha y asignada una porción de terreno, en el valle de los motilones, para hacer su conuco. Naturalmente, este reparto se hizo antes a los habitantes ya establecidos en el Tukuko. Ahora la cosa iba de lo mejor, la marcha de la Misión, con un pueblo en crecimiento, mejores viviendas, la pica de la motilonia adelantada... Después de las fiestas teníamos varios trabajos pendientes en el campo: había que limpiar todo lo sembrado y cosechar el maíz jojoto para hacer los bollitos. Este maíz era la segunda cosecha de la siembra echa a ambos lados del comienzo de la pica de la motilonia, en el potrero grande. La primera siembra fue en marzo y se cosechó cerca de julio. Apenas recogido el maíz, se limpió otra vez el terreno y se volvió a sembrar con la esperanza de cosechar, a más tardar, en noviembre. Naturalmente esta segunda cosecha no fue tan abundante como la primera, pero a pesar de todo fue muy buena. Todo este proceso de siembra y recogida del maíz lo hacíamos los internos y yo, Cesáreo Barrios nos ayudaba siempre que estaba libre. Había llegado a la Misión, en el mes de junio, un jeep. Este vehículo se estrenó carreteando el maíz para la cocina. Los internos aprendían a cultivar la tierra, cultivándola, y no como simple demostración, sino produciendo su propia comida. El misionero iba con ellos y daba ejemplo trabajando como el que más. ¡Qué orgullosos decían: este maíz

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