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Adelante, pues, y a hacer todo lo que se pueda, para que resulte todo lo mejor posible. Pero sin la ayuda de Dios y su Santísima Madre, como estaba la casa, casi era imposible salir a flote con ese cúmulo de trabajos tan costosos y difíciles. CAMBIO DE RESIDENCIA Llega el momento de salir del Tukuko para Machiques. Los primeros veinticinco kilómetros los recorro a caballo, hasta la hacienda el Balcón. Los restantes, en una camioneta que pasó por allí, después de un buen rato de espera. Llegué a Machiques a las nueve de la noche, habiendo salido a las dos de la tarde. Total: siete horas de viaje. Amanece para mí el primer día en este pueblo de Machiques. Ya casi se me habían olvidado los ruidos de los carros, esta noche no me dejaron dormir. Pero ahora, una vez que estoy aquí, no tengo más remedio que seguir adelante y hacer todo lo que puedo, pues La Divina Providencia siempre está al tanto, del que se esfuerza por hacer todo lo que puede, y hacerlo bien, aunque las cosas en un sitio sean distintas a las del otro. Así fue para mí en esta ocasión. Había una diferencia muy grande entre lo que hacía en esta casa y en este pueblo y en la Misión del Tukuko. Con el tiempo me fui adaptando, pero sin perder un momento, pues había que hacer muchas cosas y los días y meses pasaban volando, aunque siempre aprovechados del amanecer al anochecer. Cuando llegó el día fijado todo estaba listo y en su punto. Nada más comienza el día, voy a la sacristía, a preparar las cosas para la Misa. Después de terminada, salgo al patio y miro para la derecha y hago lo mismo para la izquierda y sigo para la cocina. Nada más entrar me doy cuenta de lo difícil que estaba la situación, pues la cocinilla no quería prender y cuando terminó de prender parecía que se iba a incendiar, echando más humo que los trenes que había visto por mi tierra. Quedé todo desanimado para seguir de esta manera.
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