BFCLEO00033-H-100000000000000

el P. Juan Evangelista, se puso el frente de las obras y yo seguí, como siempre, al frente de los obreros y de los internos. Pero poco me iba a acompañar este descanso. El mes de abril se despidió como entró: aguacero tras aguacero y eso para no perder la costumbre. Ynosotros para no perder la nuestra, a darle la cara saliendo todos los días al trabajo, aprovechando los ratos que no llovía y trayendo comida y leña para la cocina. La hermana cocinaba fuera de casa las cosas más fuertes y pesadas. Nosotros arrapañábamos todos los palos que encontrábamos. Mayo de 1955. Siguen las obras de la iglesia y por segunda vez se intenta contactar a los barí. Entramos en el mes de mayo, mes hermoso por estar consagrado a nuestra Madre Santísima del cielo: queremos seguir nuestra vida ordinaria de todos los días, empezando muy de mañana con los rezos propios de mi estado religioso y en compañía de los otros frailes que habitan la casa. Después, la Santa Misa, con asistencia de las hermanas y algún yukpa mayor. Los internos iban sólo los domingos y fiestas porque la capilla era muy pequeña. Al rosario asistían todos y nos colocábamos como podíamos, esperando hacerlo pronto en nuestra nueva iglesia, que iba de lo mejor. Todos, misioneros e internos salíamos en ayuda de cualquier trabajo o apuro que se presentaba en la construcción y así es como todo iba de bien a mejor. Verdaderamente, los yukpas y misioneros podíamos decir con toda propiedad: "Estamos construyendo nuestra iglesiá', porque muchos sudores aportamos gratuitamente. Un servidor tenía que estar atento para proporcionar todo lo que se necesitaba, llevar las cuentas y dar dinero cuando hacia falta. Y adelante con mis clases y con todo lo del internado, pues era necesarísimo llevarlo continuamente y lo mejor posible. También había que atender, como cosa muy nuestra, a los yukpas mayores, sobre todo los que llevaban mucho tiempo trabajando en la

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz