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44 •••••••• \. M~.1!!~.i:~q~ ....................................... .. Al llegar a Ayapa y ver todo abandonado e invadido por gente que no les importaba ni un comino ni los yukpas, ni la Iglesia... Me invadió la tristeza y el dolor. Como llegué muy cansado, pues fui andando desde la ultima hacienda, el Trébol del señor Chepito, y el camino desde allí estaba muy malo, con pendientes hasta no más y mucha piedra, y no tenía casa pues la casa de los misioneros estaba ocupada, me dio hospedaje el cacique Rubén en su buen rancho, que era cómodo y grande, de esa manera con la buena cena que me dio y lo bien que dormí en la hamaca que llevaba, amanecí con ganas de viajar ese mismo día a Machiques. Como así fue. Nada más terminar de desayunar, fuimos el cacique Rubén y yo, de rancho en rancho, invitando a todos los yukpas a que fuesen connosotros a las fiestas del Tukuko. Aunque no lo hicieron todos, sí nos acompañó un gran número de ellos con gran gozo y alegría. Cuando llegamos a la primera hacienda nos estaba esperando Fr. Marcos con la camioneta de la Misión. Tuvo que hacer dos viajes y bien completos porque éramos muchos. Cuando llegamos a Machiques ya había bastantes yukpas allí, se unieron a nosotros, y al día siguiente todos fuimos al Tukuko en varias camionetas. Fue un viaje feliz y tardamos sólo cuatro horas, pese al aguacero que había caído la noche anterior. El recibimiento que le dieron a todos estos visitantes, los yukpas del Tukuko fue muy expresivo y cariñoso: todo fue atenciones y servicios durante los cuatros días que permanecieronen laMisión. Dejaronalgunos niños y niñas en los internados para que estudiasen y aprendiesen. Después de haber salido todos muy contentos de las fiestas que resultaron muy bien y grandemente fervorosas, por haber tenido muchos actos Marianos, por estar celebrando el año Santo Mariano, volvimos a la rutina de siempre. Ya estamos en el último trimestre del año y seguimos con nuestra vida normal con el internado, con los obreros, y con un sinfín de quehaceres