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216 •••••••• \. M~.1!!?.r.~q~ ....................................... . EMULANDO A TOBÍAS Otra cuestión importante que surgió sin buscarla fue el problema de los yukpas y barí que fallecían en el hospital de Machiques. Para los indígenas era una doble tragedia: a la muerte de un ser querido, se unía el papeleo y el costo del entierro. Naturalmente, a medida que aumentaba la población aumentaban los enfermos y los muertos en el hospital. Enseguida iban a buscar a los capuchinos para que les echaran una mano. Había que gestionar el acta de defunción del hospital, solicitar del Concejo Municipal la urna y luego estaba lo del cementerio. Todo eso se hacia con mucho papeleo y a ellos les resultaba muy complicado. Yo me hacia cargo de estos casos y, gracias a Dios y a la colaboración de la gente buena, pudimos resolver todos los casos. Yo me daba ánimos recordando al anciano Tobías que no llevaba los muertos en una camioneta sino al hombro. En Machiques, no había ninguna casa con capacidad para realizar los Cursillos de Cristiandad. Éstos cada vez tenían más demanda y daban buenos frutos. Por eso se decidió hacerlos en la residencia episcopal que, aunque no estaba en condiciones para ello, era mejor que nada. Esto significó que, cuando los había, se complicaban más las cosas y aumentaba el trabajo. Pero valía la pena. Y así, unos días en casa, otros por la carretera Machiques-Colón, con carga o pasajeros para la canoa de Bokshí, o dando catequesis por las escuelas que estaban en esa ruta, que eran cinco; o camino de Toromo, o de Aponcito... Se fueron pasando los días. También fue para mí un gran honor, aunque significara más trabajo, distribuir la Sagrada Comunión, no sólo en la Iglesia, sino también a domicilio, a los enfermos. Así que, de esta manera tan bien empleada y, gracias Dios Bendito que me dio su gracia y me ayudó, fui para adelante. Sin pensarlo me encontré cumpliendo 55 años. No echaba de menos los años jóvenes, tenía mucha

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