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201 Fray Emiliano de Cantalapiedra _¡········ sobre Sokorpa y la gente que vive allí. Las preguntas salían solas y parecía que eran inagotables. Dormimos muy tarde. El día siguiente lo empleamos en disfrutar del hermoso paisaje que nos rodeaba y compartir con esa gente tan especial. Yo me sentía muy bien. Ésta era la cuarta vez que subía hasta aquí y estaba con ellos y cada vez lo disfrutaba más. Aparte del paisaje paradisíaco era por demás grandioso contemplar la vida ejemplar de estos hombres de selva, acostumbrados al sacrificio de cada día, en el trabajo y la soledad de estos sitios tan distantes del mundo watía, viviendo pobremente de los recursos que les brindaba la naturaleza, para su vivienda, para su alimentación, para la curación de las enfermedades.... No es que todo fuera color de rosa, al fin y al cabo ellos eran parte de la naturaleza y no tenían privilegios, como pasaba con las fieras -ya vimos el asunto de los tigres escrito un poco antes. Lo grande no era eso, lo grande era ver la entereza y valentía con que enfrentaban las dificultades y, cómo éstas, a pesar de todo, ni los deprimían, ni los sometían. Al revés, ellos seguían siendo los señores de su entorno. Yo pensaba que conservando esta actitud ante la vida tan humana, asumiendo las mejoras que brinda la civilización, tendríamos un pueblo desafiando el futuro con todo el éxito imaginable. En Psikakao todo era especial, desde el trato con las personas, hasta el clima. Fue una noche fría que pasamos bien abrigados y con una buena hoguera encendida, que los yukpas tenían buen cuidado de mantener viva. Los perros ladraban con frecuencia, aprovechando el silencio total de la noche, como si quisieran lucirse y alardear de sus cualidades. A las cuatro de la mañana, el gallo decidió hacer la competencia a los perros, y comenzó a cantar. Yo me desperté pensando cuándo volvería yo a subir a Psikakao. Amanece, finalmente el último día de enero. Bien alegre, por cierto, porque al concierto de perros y el gallo siguieron los pájaros y el guacamayo y el balido de las ovejas. Toda esta algarabía natural me animaba a mí a cantar también y, nada mejor, que entonar el cántico de las criaturas de mi padre San Francisco ("Omnipotente, altísimo,

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