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199 Fray Emiliano de Cantalapiedra f" ••••••• ••••••••••••••••••••••••••••·•••········•·••••••••••••••• Seguimos avanzando, íbamos rumbo al oeste, cada vez el río era más pequeño: estábamos en las cabeceras del río Tukuko. Seguimos caminando, veíamos uno que otro rancho, muy pocos en realidad; saludábamos a sus habitantes. Así, entretenidos, entramos en Colombia. Lo notamos porque las quebraditas y riachuelos no iban hada el río Tukuko, sino en sentido contrario. Por el camino encontramos a Atuyo que iba para su vivienda. Seguimos en su compañía. Este yukpa era de Irapa, en los años cincuenta emigró al Tukuko y posteriormente se vino a la zona yukpa-colombiana, donde estaba ahora. Decidimos pasar la noche en su casa. Preparamos la cena, tuvimos la catequesis, rezamos y nos entretuvimos recordando los tiempos del Tukuko, allá por los años cincuenta, era evidente que Atuyo disfrutaba con aquellos recuerdos. Toda la noche una fogata nos hizo compañía: estaba el problema de los tigres y de otros animales que venían a por las gallinas y podían perjudicar a las personas. Cuando nos dormimos faltaba poco para comenzar el día 28 de enero de 1972. EN EL BORDE DEL MAPA Seguimos la rutina de todos los días. Nuestro destino era la Misión Capuchina de Santa Teresita de Sokorpa. Para llegar allí deberíamos atravesar una parte del valle de Iroka. A mediodía pasamos delante de una buena finca con algo de ganado, bestias, cochinos, gallinas, etc. Y ahí mismo una casa bastante grande y buena, con el frente hacia el camino que llevábamos. En toda la puerta de la misma, el dueño, que estaba bien sentado. Al vernos llegar salió a nuestro encuentro y nos invitó a pasar para darle gusto y beneficio al cuerpo, pues llevábamos caminando unas cuantas horas y, por tanto, traíamos algo de cansancio y un poco más de hambre. Total, adivinando el buen hombre nuestra situación, nos hizo pasar a su casa y nos dio una buena comida. Nos vino muy bien aquel abundante almuerzo pues llegamos a Sokorpa sin las molestias del hambre. La hospitalidad del señor llegó al extremo de ensillar la bestia que él usaba para viajar para que la llevara yo hasta donde iba, pues decía que aún quedaba mucho camino por andar. Acepté

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