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197 Fray Emiliano de Cantalapiedra ,...- •••.. •• que no permitió defenderse, mataron a flechazos a Shikimo y a su mujer, dejando a los niños huérfanos. Los yukpas vecinos salieron en persecución de los irokeños y aún dieron muerte a uno de los atacantes, los otros huyeron. Esta historia no es muy antigua. Cuando yo llegué al Tukuko de residencia, en 1953, acaban de llegar al internado los tres huérfanos. Allí se criaron y educaron, y los dos primeros se casaron y viven en el Tukuko. Llegamos a Psikakao. Esta vez no entramos, como otra veces, por el lado de Tema, sino del papá de Itakakpe. Este era el patriarca de la comarca, por no decir el cacique, todos le respetaban. Era verdaderamente venerable, por su calidad humana, por su edad y por su apariencia: vestía kosricha, llevaba una barba rala y el pelo sin cortar; la pipa permanente en los labios. Llegamos a casa de este venerable yukpa a las cinco y media de la tarde. Nos recibió con mucha alegría. Estaba enfermo, no recuerdo la enfermedad. Llevábamos medicinas para su mal y lo pudimos socorrer. Fue muy agradable el rato que pasamos hablando con el anciano. Nos completó las historias que salieron por el camino. Había nacido y vivido en esta zona sus ochenta años y, como él repetía, quería morir aquí, por eso nunca quiso emigrar a otra parte. En esto, cada cual, tiene sus propios gustos. Cuando yo llegué al Tukuko vivía por el camino del río Kishashamo (Santa Rosa) el viejo Kotope, con un perfil muy semejante al de Itakakpe, pero si ambos nacieron y crecieron en Psikakao, Kotope decidió terminar sus días al amparo de la Misión del Tukuko. Nos despedimos y nos dirigimos a casa de Itakakpe junior que vivía cerca, pero en lo alto de una loma. Estábamos a una altura considerable, soplaba fuerte brisa, muy fría. Por la noche penetraba el frío la tela de la hamaca. Había un pequeño rebaño de ovejas que en tiempo subieron de la Misión intentando aprovechar el abundante pasto silvestre que hay allí. Desde que llegamos se nos pegaron atrás y no nos dejaban ni a sol ni a sombra, esperando que les diera comida. Dormían, además, encerradas
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