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192 •••••••• \. M~.'!!~~tq.~ . ........................................ salir y, ¡aquí no ha pasado nada! Nos reímos todo lo que pudimos. Claro, la mojada no nos la quitó nadie: ni a mí, los aporreos. Pero a los días ya todo era historia pasada. Aquello fue una lección. Yo siempre andaba con mucho cuidado cuando saltaba de piedra en piedra. De hecho fue la única vez que tuve un percance. Yo no sé nadar y por eso respeté siempre los ríos. Si éstos estaban crecidos nunca intenté pasarlos, ni a pie ni en mula, prefería esperar que bajara la crecida. Como siempre mi viaje a la cuenca del Yasa terminó en el hospital, pues siempre había enfermos que necesitaban asistencia médica y yo aprovechaba y los llevaba en la camioneta, de una vez, al hospital. En este sentido la camioneta era mucho más práctica que el viejo jeep. A mi residencia llegué a media tarde. Sólo había comido un pequeño desayuno que era más pobre que pequeño. Ahora, a Dios gracias y a su Santa Madre, tuve oportunidad de quitarme de encima el hambre que cargaba y que tanto me molestaba. Después de esto, a reanudar la rutina que empezaba a las cuatro y media de la madrugada y terminaba a las ocho y media de la noche, siempre que no surgiera un viaje imprevisto al Tukuko para llevar pasajeros, casi siempre enfermos que regresaban del hospital... Cada día subía y bajaba la escalera decenas de veces, algo así como antes, en la Sierra, subía y bajaba cuestas y lomas. Esas subidas y bajadas enun sitio y en otro fueron testigos de cómo mis piernas se fueron gastando: la primera vez que subí tenía 27 años y la última, 68. De todos modos, cuando pasaba lo que he contado en las página anteriores yo contaba con cuarenta y tantos años. Me sentía con fuerzas y joven. El resto del año 1971 transcurrió en la normalidad de atender la casa parroquial, la iglesia, apoyar a los padres que atendían Bokshí y Saimadoyi y, como no, hacer viajes al Tukuko cuando hacia falta, casi siempre a primeras horas de la noche. El año 1972 comenzó como todos los años, con los ejercicios espirituales en la casa de retiros de Maracaibo. Asistían todos los religiosos del Vicariato de Machiques y, además, venían otros hermanos de la Misión del Caroní y de la Misión de Tucupita, además de algunos de la Región Central. Resultaba un encuentro fraterno muy estimulante y provechoso. Uno acababa diciendo con valor y decisión la repetida frase: "Año Nuevo, vida nuevá'.

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