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187 Fray Emiliano de Cantalapiedra _.: ....... . ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• Comenzamos el nuevo año, 1971. Empecé con la visita a los barí de Campo Rosario. Como siempre me acompañaron los yukpas que vivían en la residencia del obispo: Cornelio, Benito y José. Para todos era una fiesta el encuentro con los barí de Campo Rosario. Pasamos allí la mayor parte del día y les dimos los regalos que enviaba Monseñor. A las cuatro de la tarde estábamos de regreso atendiendo la sacristía, la cocina y la portería. A finales de mes hice una excursión a la Sierra visitando a los yukpas pariries y a los yukpas wasamas. Empleé cuatro días. En febrero se hicieron varias reparaciones menores de albañilería en la casa y en la Catedral, como el empotramiento de un sumidero de agua para evitar el charco de agua sucia que se formaba en mitad del patrio. Contaba con la ayuda inapreciable del Sr. José Núñez, una excelente persona, muy competente, que venía trabajando en el Tukuko desde 1951. En el mes de marzo me propuse podar los árboles de los patios interiores, que poco a poco habían ido aumentando el follaje impidiendo que el sol acabase con el exceso de humedad. Con la camioneta, poco a poco, fui sacando los trozos de ramas que cortamos en trozos pequeños para manejarlos mejor. Hubo personas pobres que vivían en la periferia y cocinaban con leña, y me pidieron que les diera los troncos. A su casa se los fui a llevar. Cuando llegó la Semana Santa los patios estaban limpios y en orden. La Semana Santa era para mí un tiempo muy agradable por ser unos días de mucho fervor cristiano, y en los que uno veía como la gente sencilla y devota se preparaba para vivirla de lo mejor y cristianamente, frecuentando la iglesia para recibir los sacramentos de la confesión y de la comunión. La afluencia de gente esos días, tan grande, daba mucho trabajo, pero también mucha alegría. No era sólo gente del pueblo, que vivía allí habitualmente, era también gente de los campos y de las materas, donde trabajaban. Cada día de la Semana Santa tenía su peculiaridad pero todos coincidían en dejarle a uno agotado, al acabar el día. Aunque uno todo lo hacia con gusto y daba por muy empleado todo el trabajo.
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