BFCLEO00033-H-100000000000000

185 Fray Emiliano de Cantalapiedra ;···· .... no desperdició la ocasión para darles a los yukpas una larga conferencia sobre cómo deben actuar los yukpas. Se dirigía con especial interés a los yukpas jóvenes y niños. Todos lo escuchábamos con atención y respeto, nos tenía electrizados. Era impresionante oírlo cuando aconsejaba, cuando contaba anécdotas de su vida, de las cosas que, como "yubakpú' había hecho por los yukpas. Para terminar, no podía faltar su elogio de los misioneros capuchinos y su demostración pública de cariño y respeto, dando abrazos al misionero y palmadas cariñosas en la espalda. Estuvimos tres horas en Ipika pero nos parecieron tres minutos. A las tres y media salimos. Hicimos propósito de no detenernos en ninguna parte más. No lo cumplimos: al pasar por el conuco de Tachi entramos a saludarlo a él y a su esposa Mesucha y a sus hijos. Hasta aquí nos acompañó Araya y Chepe, uno de sus hijos. De esa manera se hizo más llevadero y agradable este trozo de camino. Tachi rebosaba de alegría con nuestra visita. Allí también hablamos algo de Jesucristo, de la Virgen María, rezamos algo... Todo bastante breve, con gran dolor de nuestra parte, porque la noche se nos venía encima. Llegamos tarde al Tukuko. Como siempre, nos recibieron de lo mejor y recibimos atenciones de todos. Me di un buen baño, me cambié de ropa, las Hermanas de Santa Ana nos proporcionaron a todos una sabrosa cena. Uno no sabía que era mejor: el cariño con que hacían las cosas o lo bien que lo hacían. Y así siempre. Estas correrías por la Sierra eran agotadoras, pero la compañía de los yukpas reconfortaba. Eso lo experimenté yo durante los cuarenta años que viví entre ellos. Sobre todo cuando estuve en el Tukuko, y los dos años en la selva motilona, ayudando y defendiendo a los buenos barí. La verdad es que sin su cooperación casi nada se hubiera hecho. A mí, los yukpas siempre me trataron de lo mejor y los barí fueron muy considerados conmigo. ¡Dios se lo pague! Cuando uno llegaba agotado de esos viajes y sentía la buena acogida que le dispensaban, uno recobraba las fuerzas. Por eso, esa misma noche, subí a la camioneta y me fui a Machiques. Así llegué a mi residencia, que

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz