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184 •••••••• \ . M~!!7:<?.r.~q-~ ......................................... Una vez en Machiques me fui derecho al hospital para llevar a los enfermos En octubre eran las fiestas patronales del Tukuko. Como siempre, bajaron de la Sierra muchos yukpas. Yo fui a encontrarme con ellos y a saludarlos. Acabadas las fiestas, aprovechando que muchos regresaban a sus comunidades y que este año, el río Tukuko no venía tan crecido, a pesar de estar en octubre, decidí acompañarlos para visitar algunas familias que la última vez no pude ver. De esa manera, el día 5 de octubre, muy de mañana, salí con un numeroso grupo de yukpas que iban para Kanobapa, pasando por Ipika. Los yukpas llevaban prisa y yo también, porque tenía poco tiempo y lo quería aprovechar. A media mañana llegamos a Ipika. Muchos yukpas continuaron el viaje. Yo me quedé allí, de momento. También se quedaron algunos que querían acompañarme cuando reemprendiera el viaje. Era el grupo de "los de siempre", atentos y empeñados en facilitarle a uno las cosas. ¡Dios se lo pague a todos! En Ipika, entre los residentes, los que vinieron de los alrededores y los que subieron del Tukuko, se reunió bastante gente. Yo aproveché dos horas por la mañana y dos horas después de almuerzo para darles catecismo, rezar y cantar. A las dos de la tarde reemprendimos la marcha a Kanobapa, caminamos a buen paso. Sólo empleamos dos horas. Cuando llegamos ya estaba la gente reunida y esperándonos. Enseguida empecé yo con mi tarea. Enseñar, cantar, rezar... y así, hasta la noche. ¡Qué bien dispuestos estaban todos y qué contentos se le veía! Al final rezamos un poco antes de acostarnos. La gente menuda se retiró, pero los mayores nos quedamos hablando. Ellos querían comentar sus cosas y sus problemas. Querían escuchar el punto de vista del misionero. Terminamos muy tarde. Todos estábamos tan a gusto que no queríamos terminar. El día 6, después del desayuno, nos despedimos y vino la dispersión: cada cual a su casa. Emprendimos el descenso. Nos desviamos a Kiriponsa para saludar a esa buena gente" A Ipika llegamos al mediodía, muertos de hambre y cansados. Descansamos y comimos. Aquí estaba el patriarca Antonio Araya. ¡Era un gozo hablar con él! Como siempre,

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