BFCLEO00033-H-100000000000000

18 •.... •••\ Memorias ·········••·••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• Más tarde se repetía la cosa, con la fruta que quedaba por recoger, aunque fuera menos abundante. Pero no toda la fruta que se recogía estaba madura, pues había árboles de peras de invierno. Solamente un año, de los cuatro que pasé allí, pudimos comerlas maduras, porque los vendavales de otoño las lanzaban al suelo y, para aprovecharlas, había que recogerlas, verdes como estaban, y llevárselas a las hermanas siervas de Jesús para que las cocieran y las hicieran dulces, para después meterlas en recipientes no muy grandes, bien tapados con papel de barba, para los próximos seis meses. Este favor nos lo hacían esas benditas hermanas, y como éste, otros muchos más, pues eran muy atentas y serviciales con nosotros. Cuando ya no había fruta que recoger, había que ir, poco a poco, preparando la tierra, con sus labores correspondientes, para que al año siguiente estuviera lista de nuevo para la siembra. Éste era el cuento de. nuestra dichosa huerta. Como yo, los demás hermanos no sacerdotes, trabajaban en nuestros conventos. Entonces nosotros cultivábamos las huertas porque había muchas bocas que socorrer. La casa era pequeña pero suficiente para dar bastante trabajo. Había una hospedería tanto para nuestros religiosos como para los de otras congregaciones: redentoristas, paulinos, franciscanos, pasionistas y seminaristas. La cocina daba trabajo unas veces más que otras, siempre teniendo en cuenta los huéspedes. También venían un día al mes, todos los sacerdotes del arciprestazgo de Ribadeo, a hacer su reunión y retiro durante un día. Eso aumentaba los comensales. La capilla, donde teníamos los cultos, estaba fuera de la casa. Había que ir allí varias veces al día: para las Misas, las Confesiones, etc. yo hacía la limpieza dos veces por semana. Atendía la lámpara del Santísimo, que en aquel entonces era de aceite. Por las tardes rezaba el

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz