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179 Fray Emiliano de Cantalapiedra j ••.. •••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••·•·•••••••••••••••••• Lo más prudente, justo y acertado era que alguien de Machiques, que era el punto de partida, le llevase hasta el río. En realidad nadie me mandó sino que yo mismo me ofrecí a prestar este servicio siempre que hiciera falta. El joven misionero se llamaba José Luis Rojo. Su trabajo era duro y sacrificado: los cien kilómetros por carretera, en un jeep viejo y destartalado eran incómodos, pero más lo eran las seis o siete horas de canoa por el río que, en tiempo de verano traía poca agua y había que ir buscando los canales más profundos para no encallar en los bancos de arena, lo cual, a pesar de las precauciones, sucedía de vez en cuando, habiendo que emplear ingenio y fuerza para desatascar la canoa y seguir adelante. En tiempo de lluvia, no existía esta dificultad, pero estaban los aguaceros que caían encima de los viajeros y la fuerza de la corriente que a veces se tornaba impetuosa. Más adelante, durante un año, me tocó a mí vivir en Bokshí y experimenté en carne propia todo esto. El año 1969 me encontró bastante cansado, pues no sólo celebré las Fiestas de Navidad en Machiques, sino también en Aponcito, con las innumerables idas y venidas, para que esa buena gente participara de la alegría de ver a Dios nacido por nosotros. Esa idea me dio energía y ánimo para transitar el malísimo camino que había, y rematarlo caminando a pie. Pude hacer una visita a cuatro rancherías de la cuenca de río Negro y del río Yasa, llegando hasta Wasama. CON EL SACO ACUESTAS En 1968 las lluvias se adelantaron y acabaron con el camino de Aponcito. Yo me tuve que resignar a dejar el jeep del lado acá del río y seguir a pie. Las cosas que llevaba las tenía que meter en un saco y, con él al hombro, caminar los cinco kilómetros que faltaban. Lo peor es el tiempo que se perdía en cada caminata de ida y vuelta. Pero no había más remedio que ir como se podía, esperando tiempos mejores. Yo, por mi cuenta, hablé con el presidente del Concejo en aquel entonces, Sr. Alfonso Márquez. Las palabras que me dijo no podían ser más consoladoras, pero los hechos no pudieron ser más negativos. Aunque permaneció más de un año en el cargo, no movió ni una paja para resolver este problema tan
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