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a la enfermera y a los niños enfermos que quedaron en el jeep, al otro lado de la quebrada. A pesar del trabajo y de las dificultades, todo acabó bien. Paulina estaba feliz de poder ayudar a sus semejantes. Este buen ' cristiano siempre estaba dispuesto y abierto a las necesidades de sus prójimos. Esto de los viajes por la noche o de madrugada, enmedio de problemas y por caminos muy accidentados es un tema que valdría reseñar /· ampliamente. Me viene a la memoria la persona de Cesáreo Barrios. Al Tukuko llegaban enfermos de la Sierra y del Valle de los motilones. f" Llegaban a cualquier hora y casi siempre graves, había que sacarlos o a Machiques o a Maracaibo y, con rapidez. Había que hacerlo con cuidado. Cesáreo, sonriente, con caridad, se ponía al frente del volante. Su esposa Manuela y, su hija, Ana María, quedaban bajo la protección de la Virgen María y los Ángeles Custodios. \ NUEVA EXCURSIÓN A LA MOTILONIA En septiembre de este año 1967 acompañé al P. Romualdo de Renedo en una correría desde el Tukuko hasta el río Antray. Afluente de río de Oro, donde se levantaría después El Centro Misional de Ntra. Sra. de Fátima de Río de Oro y donde estarían las Hermanas Lauras. En un primer momento se establecieron a orillas del río Antray. Allí había que preparar una vivienda para ellas. Éste era el objetivo del viaje. Para mí aquel viaje fue repetir el que hice en 1964 acompañando del P. Félix de Vegamián. Del Tukuko salimos solamente el P. Romualdo, el Sr. Osbaldo, empleado de la Misión, y un servidor. Íbamos en sendos mulos. El mío era el más agraciado: cojo, viejo y sin montura, apenas un viejo sudadero. Yo, para consolarme, me acordaba de mis viajes a pie y me conformaba. Emprendimos el largo y duro viaje. Como yo siempre iba de último me tocaba desmontar cada poco para cerrar los portones de las cercas, normalmente eran tan ajustadas que había que hacer mucha fuerza, pero lo peor era volver a montar el mulo, sin estribos, dando un salto. Al poco