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el tomate, el pimentón, etc. Cuando nacían las patatas había que trabajar con ellas para que se desarrollasen pronto y bien. Me acuerdo de la plaga de gusanos que las atacaron en los años 1949, 1950, 1951. Fue algo terrible: estaban todas las hojas llenas, hasta no más, de estos bichos, y para poder salvar las patatas, no hubo otro remedio que ir agarrando uno por uno los gusanos y echarlos en el pote que uno llevaba; y así un día y otro; una semana y otra semana, hasta acabar con ellos. Pero el que hacia esto quedaba bien cansado y asqueado, porque estos gusanos son bien repugnantes. Yo tuve que hacer este trabajo (como todos los demás) de nuestra huerta de Ribadeo solo, pero bien acompañado de Dios. También había que cuidar los árboles frutales que eran bastantes y daban muy buena fruta. Así que la huerta con su sembradíos y con sus árboles me tenía todas las tardes del año bien ocupado. A pesar de que llovía mucho, también había épocas de pequeñas sequías, y entonces, del pozo que allí había, se sacaba agua con una bomba de mano: dale que te dale, hasta llenar el estanque que estaba al lado. Después a regar lo que se podía y hacía falta. Y así una y otra vez hasta que volvía de nuevo a llover. También los árboles recibían su riego diario, pues eran frutales y daban fruta buena y abundante. ¡Buena falta hacía la abundancia de fruta! De esa manera se obsequiaba generosamente a toda la buena gente necesitada que iba a nuestra portería. Mientras uno trabajaba en una cosa y otra, sin darse cuenta, llegaba el mes de agosto que era cuando se recogían las patatas. En este mes ¡sí que había trabajo! Había que subirlas al segundo piso pues no había otro sitio donde guardarlas. Cada tarde subía todas las que sacaba, después de seleccionar las buenas de las malas. Y así, durante varías semanas. Terminado este trabajo había que recoger las ciruelas japonesas que eran muchísimas y muy sabrosas. Pobre portero en esos días, atendiendo a los amigos de siempre en la portería. Pero cuando hay mucho se puede dar largamente.