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167 Fray Emiliano de Cantalapiedra /········ ••••••••••••••••••••••••••••••••••··••••••••••••••••••••• Nuestra parada siguiente fue en el bohío de la Magdalena, lugar del encuentro de los Padres que iban por tierra; el 22 de julio de 1960, pasamos al bohío de Alochí. Este buen barí nos quiso acompañar hasta Aragtoba, al bohío de Fátima, lugar del primer encuentro de los Padres que venían en helicóptero. Allí rezamos ante la imagen de la Virgen, dentro del bohío, colocada allí el día del encuentro, por el P. Romualdo. Seguimos a Yera. En las seis horas de viaje nos tocó pasar las habidas y por haber. El camino estaba mucho peor que el que habíamos recorrido hasta ahora, camino largo, sombrío, barroso y accidentado hasta no más. Cómo estaría este señor, que cada poco había que ir por un deshecho, bordeando atolladeros. El primero era tan infernal, profundo y largo, que apenas verle nos percatamos del problema y fuimos bordeando. El P. Félix iba tan ensimismado que a pesar de nuestros gritos y de decirle que se devolviera, él siguió para adelante. La pobre mula se metió en el barro hasta la barriga. El P. Félix no se podía bajar pues le habría llegado el fango hasta el sombrero. La cuestión era difícil. Después de mucho bregar y discurrir, metimos, por debajo del mulo, tres estacas largas y gruesas, medio levantado en vilo lo empujamos hacia la orilla, hasta que el animal sintió piso firme y pudo saltar. El P. Félix seguía encima del animal, tendimos unos gruesos mecates, atados a un árbol grueso, y el padre se agarraba a él, por si perdiera el equilibrio y se cayera. Cuando, por fin, caballo y caballero salieron, todos dimos gritos de alegría. A mí me vino a la mente aquel Salmo que dice: "Nos pusiste a prueba, pero nos diste respiro". A pesar de lo malo del camino hicimos el recorrido sin percances graves: ni fracturas, ni luxaciones, ni picadas de serpiente, pues el camino estaba bien cubierto de maleza y de sombra y no sabía bien donde se pisaba. Pero la Virgen Santísima y Nuestro Señor nos protegieron. A Yera llegamos como a las siete de la noche, bien cansados pero sanos y salvos. Saludamos a los barí y nos pusimos a rezar el rosario a la Santísima Virgen. Había mucho que comentar con la buena Madre sobre las peripecias de este día segundo de nuestra correría apostólica.

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