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El 20 de junio las hermanas regresaron al Tukuko. Yo, sin saberlo, continué la rutina de cada día y mis últimos días de residencia entre los barí. Aún hice tres viajes al Tukuko. Al tercero, cuando regresaba, el río Totayonto no me dio paso. Decidí regresar al Tukuko y esperar que bajara para pasarlo el día siguiente. Cuando iba entrando a los edificios de la Misión, me dieron la noticia -bastante desagradable para mí-de que estaba cambiado para Machiques. El hermano que estaba allí, Fray Honorato de Villanueva, con sus sesenta y cuatro años, no podía más con sus piernas, tenía que ser relevado por otro hermano más joven. El cambio tenía que ser inmediato. En vista de esto y con gran sentimiento de no poder volver a San José de Ogdebiá, ahora que tenía tantos proyectos en mente, a pesar de que nunca he tenido ganas de ir a Machiques, obedecí. Nunca pensé que allí pasaría los próximos veinticinco años, los suficientes para hacerme allí un viejo. Allí me tocaría pasar lo mío y lo de la abuela. A Machiques se ha dicho, sin tardaza. Pero antes encaminé a los dos yukpas, que habían venido conmigo, con las mulas bien cargadas de comida, rumbo a Ogdebiá. Se despidieron de mí con mucho sentimiento porque ya no regresaría a Ogdebiá. Allá quedó la motilonia, toda ella era testigo de estos años de bregas, andanzas y graves sucesos. Todo se lo ofrecí a Dios nuestro Señor para bien de los yukpas y barí. Por fin en Machiques. De momento estaría sólo diez días pues se celebraban.las fiestas patronales de Ntra. Sra. del Carmen. Eran días de mucho trabajo y movimiento. Al terminar, marcharía a España a visitar a mis padres, que ya eran ancianos y estaban enfermos. Además, hacia diez años que no los veía. Bueno, éstos eran los planes... De hecho tendría

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