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142 •••••••• •• ... .1::!~.r!!~.r.~q~ ......................................... donde hacia unas horas me encontré con los que venían del Tukuko en nuestra ayuda. Allí nos estaban esperando un grupo grande de gente. Estaba el Obispo, Mons. Aurrecoechea, Los capuchinos de Tukuko y de Machiques, el juez, unos guardias nacionales, los misioneros seglares y varios yukpas del Tukuko. El juez había cambiado, ya no hablaba de la misma manera que en la hacienda, donde todo era en defensa del hacendado. Ahora toda la razón la tenían los yukpas y barí. ¡Un poco tarde! Pero la verdad se impone. Como llevaban vehículos, todos los que allí estábamos e íbamos al Tukuko nos acomodamos en ellos, y así llegamos a la Misión. Era ya bien tarde. Recibí orden terminante de irme a Machiques inmediatamente. No pude descansar, ni comer, ni dar el pésame y consolar a los familiares de Pete. Marché a Machiques en compañía del P. Romualdo y el P. Adolfo, en la camioneta de éste último. Llegamos a Machiques pasadas las doce de la noche. Y ahora ¿qué hago yo? ¿Comer? No tengo ganas, a pesar del día de ayuno. ¿Dormir? Me acosté pero imposible dormir. Los recuerdos del día, tan terribles, venían a mi memoria y me sobresaltaban. Decidí tomar una pastilla. Como a las tres de la mañana conseguí dormitar algo por espacio de una hora, más o menos. De pronto estalló una sonora bomba, en la plaza, a unos metros de donde estaba. Me desperté espantado. Se estaban celebrando las Misas de Aguinaldo y esa era la primera señal, vinieron más, después, hasta la celebración de la Santa Misa que fue a las cinco de la mañana. Para mí, el ruido de las bombas y cohetes era un tormento. Traía a mi mente los disparos del día anterior en la hacienda, este ambiente me resultaba intolerable. El P. Adolfo me llevó, al Tukuko, en la misma camioneta en que había venido el día anterior. Cuando llegamos ya habían enterrado a Abel Pete. Sentí mucho no estar presente en el entierro, para dar el último adiós al defensor de la Misión. ¡Con qué cariño servía Pete a los niños del internado! ¡Cómo colaboró yendo por las rancherías convenciendo a los padres y trayendo niños! ¡Cómo supo Pete valorar las oportunidades que la Misión ofrecía a los yukpas, y cómo supo poner sus cualidades de líder al servicio de su gente! Que Dios,
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