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141 Fray Emiliano de Cantalapiedra ! •• .. • .. • ......................................................... altísima y ocultaba fácilmente a un hombre de pie. De noche sería mejor y más seguro el traslado. Me acompañaba unyukpa. Habíamos caminado unos once kilómetros y, nos encontramos con un grupo de yukpas que venían del Tukuko, acompañados por el P. Jano, y con los familiares de Pete. Me vuelvo con ellos a Santa Rosa. Sigue el persistente tiroteo y los yukpas que vienen del Tukuko preguntan qué es eso. No les sé responder. Ellos me dicen que los yukpas que salieron en dirección a la casa de la hacienda no han ido al Tukuko. Aumenta mi intranquilidad con la llegada de la noche. El día había sido terrible: no probaba bocado desde el desayuno, ni el agua me pasaba por la garganta por la angustia, la tristeza, la preocupación... Y esa noche no había esperanzas de poder descansar. CORTEJO FÚNEBRE Ya la noche había tomado su curso. Por lo tanto, había que salir de allí, cuanto antes, con el cadáver de nuestro querido Abel Pete, hacia el Tukuko, para darle allí la honrosa sepultura que él se merecía. La única manera de llevarlo era en la mula. Pusimos el cadáver sobre unos palos bien puestos. El camino era demasiado estrecho para llevarlo entre cuatro personas. Gracias a Dios que los que habían venido del Tukuko trajeron todo lo necesario: buena linterna para alumbrar, buenos machetes afilados, buenos mecates. Además, todos éramos jóvenes y acostumbrados a grandes bregas, como ésta, por caminos malísimos. Yo era el que peor estaba de todos, pero había quedado fortalecido al recibir una ayuda tan grande y buena, como la que mandaron del Tukuko. Emprendimos la marcha dejando sola la casa de Santa Rosa, pero bien cerrada. Caminábamos a buen paso a pesar de la oscuridad y de lo irregular del camino. La mula en que iba el cadáver era buena y muy mansa. Así, anda que te anda, yo iba al lado del cadáver, rezando por su eterno descanso. A las dos horas de camino, sin parar, llegamos al sitio