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130 •••••••• \. M~.~?t~q~ ....................................... .. CRECE EL CONFLICTO Todo iba de lo mejor y, de la noche a la mañana, me quedé casi solo. ¿Quién se iba a imaginar lo que iba a pasar? El hacendado a quien habíamos cortado el paso, seguía empeñado en quitarle tierra a los indios. Con su buen tractor iba mordiendo de un sitio y de otro. Hasta que los indios le dieron la cara y vinieron los enfrentamientos. Al enterarse de esto, los indios que estaban conmigo, lo dejaron todo y se fueron en ayuda de sus compañeros. Viendo los yukpas que por las buenas no habían conseguido nada, llenos de coraje decidieron invadir la hacienda. ¡Vaya jaleo que se preparó! ¿Y ahora que iba a pasar? No habían pasado cuatro días cuando se presenta el P. Adolfo a decirme que me trasladara a la hacienda para estar con ellos, pues nadie podía imaginar lo que pasaría en estas circunstancias. Aunque el P. Adolfo hablaba con optimismo, a mí no me convencía. Pero tratándose del bien de los indios ¡Adelante!. Al día siguiente, con gran dolor de mi alma, dejo San José de Ogdebiá, y parto para la hacienda. Allá quedaron, junto con las familias barí algunos yukpas. Les aconsejé que cuidaran todo lo que había allí, que quizá yo volvería pronto... Había que atender lo más urgente: acompañar a los yukpas y barí en estos momentos tan difíciles y peligrosos para ellos y para sus familias, pues allí estaban también sus mujeres y sus hijos. Llegado que hube a la hacienda, vi que había orden y alegría entre ellos, cuidando las cosas de lo mejor. Esta hacienda no sería ni la primera ni la última que se invadía, tanto por indígenas como por campesinos. Para este asunto estaba el Instituto Agrario Nacional y la Comisión Indigenista. A estas instancias recurrió el P. Adolfo. Se procuró seguir al pie de la letra las instrucciones que daban pero la cosa estaba muy difícil.
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