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espiritual y franciscana, pues siendo espirituales y franciscanos somos todo lo demás; seguir a San Francisco es seguir a Cristo. Por lo tanto había que hacer oración, asistir a la Santa Misa y recibir los sacramentos, y ejercitarse en el cumplimiento de todas las virtudes. A los pocos días de hacer la profesión, voy destinado al convento de León. Allí permanezco desde el comienzo de la primavera hasta los últimos días de ese año de 1947. Cuando llegué hacía bastante frío, viajé acompañado del P. Eusebio de Pesquera. Ahora, a vivir en aquel convento de 94 Frailes. Comencé trabajando en la cocina, pues allí hacia falta un ayudante, y yo tenía experiencia de las otras casas donde había estado, aquí permanecí ocho meses de los nueve y medio que estuve en León. Pasé después a nuestra residencia de Ribadeo, provincia de Lugo. Llegué el penúltimo día del año: el treinta de diciembre de 1947, ya de noche y celebrándose un triduo al Niño Jesús en agradecimiento por los beneficios recibidos durante el año. Se acompañaban estos actos con muchos villancicos y muchos instrumentos musicales. CUATRO AÑOS EN RIBADEO Con la salida del año 1947 y la entrada de 1948 comienzo mi estancia en este pueblo y en nuestra residencia. Era una casa acogedora, tenía su hermosa huerta que nos servía de expansión y recreo, y al mismo • tiempo, de ayuda económica, que en aquellos tiempos difíciles (1940 a 1960) era necesario tener un pedazo de tierra para poder vivir sin pasar hambre, como le sucedió a tantos pobres que carecían de este recurso. La comunidad la formábamos cuatro sacerdotes y un servidor. La mitad del año la pasábamos solos el P. Pacifico de Mellanzos, de ochenta años, y yo; los otros tres Padres iban por los pueblos de Galicia y de Asturias, predicando misiones, novenas, triduos, cumplimientos pascuales etc. el apostolado que hacían por esas tierras era muy grande. Así, aunque estos Padres faltasen mucho de casa, nosotros dos hacíamos todos los

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