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129 Fray Emiliano de Cantalapiedra ¡'" •••••.. ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••·····•••••••••••••• Llegué ya de noche, como a las ocho, todo empapado en agua y muerto de frío. Entré a la capilla a saludar al Señor y agradecerle que en esta caminata de cuarenta y cuatro kilómetros, bajo una terrible tormenta, no tuviera nada que lamentar. Saludé a los misioneros, comí algo y me retiré a descansar. Amanece el día de San Francisco. Participo de la primera Misa y salgo pronto para Ogdebiá. Tengo que celebrar la fiesta de San Francisco con mi gente de allí. Llevo comida, caramelos y, hasta fuegos artificiales. La fiesta será cosa parte. Como así fue. Terminada la casa de las hermanas, la pintamos por dentro y por fuera. Hasta el techo se pintó para evitar la corrosión. Las paredes llevaban un zócalo alto de pintura de aceite, así como las puertas y ventanas. Emilio Jorgito fue haciendo los bancos, el altar, los estantes, etc. para la capilla nueva. Parte del material procedía del viejo altar de la capilla del colegio de San Antonio de Maracaibo. La capilla era muy pequeña: tenía ocho metros de largo más uno de sacristía, detrás del altar; por tres de ancha. Esta capilla nueva estaba en la casa de las hermanas y ocupaba la tercera parte de la casa. En la segunda quincena de octubre, vino el padre y trasladó el Santísimo a la nueva capilla, segura y bonita. Quedaba para más adelante habilitar la capilla hecha con la casa prefabricada que tanta lata nos dio traer desarmada desde el Tukuko. La casa de las hermanas tenía una acera todo alrededor, de cemento, ancha. Esta acera protegía la casa de la humedad y de los bichos que se arrastran por el suelo, pues era suficientemente alta. Se fue el albañil al acabar la construcción. Quedamos sólo los yukpas y las familias barí allí residentes. Prosperaba nuestra pequeña comunidad. Bastaba ver las siembras, muy amplias y bien cuidadas. Estábamos en paz y con mucho entusiasmo...

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