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123 Fray Emiliano de Cantalapiedra _: •••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• experimenta una gran alegría. Si los muchachos estaban tan contentos más lo estaba yo. Amanece el día señalado. Asistimos a la Santa Misa y comulgamos. El bueno de Cesáreo pone a punto la Power-Vagon que nos daría un buen empujón. La hermana cocinera prepara gran cantidad de comida para llevar. Se nos hace tarde y la hermana no nos deja ir sin antes haber almorzado. A las doce rezamos el Ángelus y partimos para la estación misional Virgen del Camino. Para allá, el día anterior, Paulino Eua había llevado las planchas de zinc. Si se deja para hoy no habríamos cabido todos. En la estación misional pasamos la noche. Nos distribuímos las tareas por grupos: unos fueron a buscar yuca y ocumo para la cenar, otros se encargaban de preparar la comida, otros de buscar agua al río. Los mayores fueron enrollando una a una todas las láminas de forma que fuera más fácil llevarlas. Había que dejarlo todo listo para arrancar nuestro camino nada más salir el sol. Todo esto se hacía en medio de un jolgorio sin término. Los que más disfrutaron fueron los medianos, pues a medida que freían los plátanos o sacaban la yuca de la pila, iban cobrando su porción. Al terminar el día, cenamos, éramos como cincuenta personas, y rezamos el rosario a la Virgen María. Como era de suponerse el comienzo de la noche fue muy sonoro: los muchachos hablaban, reían, gritaban... Los perros ladraban, había un concierto de sapos y una coral de grillos. Poco a poco se fue haciendo el silencio. No pude evitar que vinieran a mi mente la cantidad de anécdotas relacionadas con este lugar: apenas hace dos años lo visitábamos frecuentemente con los alumnos internos del Tukuko. Este lugar se fundó en 1957, antes esto era selva cerrada. Se fundó para acercarse a los barí que todavía estaban escondidos en la selva. Aquí les dejábamos

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