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100 •••••••• \. M~.7!!<:.r:~q~ .. ....................................... muy "ojeada", desde los helicópteros, por los poseedores del dinero y de la fuerza, para establecer allí una o varias materas. Pero quiso Dios que un grupo de valerosos cristianos yukpas, y un pobre fraile capuchino, se adelantaran, para preservar esas tierras y entregarlas a sus legítimos dueños ancestrales: los barí. Es evidente que los que se asentaban allí esa tarde ni estaban solos ni iban por su cuenta. La Misión del Tukuko nos enviaba, nos acompañaba y nos apoyaba. De momento, los veintiún expedicionarios hicimos tres ranchitos provisionales. El más alto media metro y medio. Nos refugiamos en ellos como pudimos, pues ya era de noche. Antes de conciliar el sueño rezamos el santo rosario y cenamos algo. Entre chistes, risotadas y comentarios terminó la jornada. Del Tukuko se vinieron con nosotros algunos perros. Ellos fueron los últimos en dormirse, arrullándonos con sus ladridos. El santo rosario sería nuestra ayuda espiritual en esta estadía larga y difícil. A las cuatro de la mañana nos despertó el gallo que, junto con unas gallinas, trajimos del Tukuko. Pero nadie se levantó hasta las cinco y media. En esa hora nos paramos un yukpa, un barí y servidor, que seríamos los responsables de la cocina todo el tiempo. Primero hervimos el café y después hicimos el desayuno, mientras, los demás afilaban los machetes. Este amanecer del 15 de abril de 1961, marca el inicio de nuestra estancia de casi dos meses. Éramos veinte yukpas y los dos cocineros, que antes mencioné y un servidor. Los cocineros eran alumnos internos del Tukuko, de los mayores. El barí se llamaba Germán Atokarvida. Hicimos, en primer lugar, la cocina, a la orilla del río. Aprovechamos las grandes y buenas piedras que había por allí, para hacer el fogón. Con palos y troncos hicimos dos mesas grandes y unos bancos fijos para sentarse. Todo quedó muy tosco, muy rústico, pero funcional.
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