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Ecuatoriana tributaban a la espléndida labor realizada hasta el momento. Parecía que la nueva responsabilidad iba a ser con– fiada a quien desde 1970 gobernaba el distrito eclesiásti– co como Prefecto, es decir, Mons. Jesús Langarica; pero el benemérito misionero, cordialmente apreciado, había presentado su renuncia, hallándose enfermo, aquejado de varios males. Le había sido aceptada, no sin bastante demora, y el 4 de noviembre de 1982 las funciones ha– bían pasado al P. Alejandro con el título de Pro-Prefecto Apostólico. Esta decisión era como un compás de espera hasta tanto no llegase el Obispo-Vicario. Los meses iban pasando, abundaron las consultas, y entre los hermanos misioneros cundió cierta incomodi– dad. Sin duda que la Santa Sede con prudencia buscaba una solución perfecta Por las conversaciones entre los misioneros se podría barruntar que entre los hermanos propuestos Alejandro ocupaba lugar principal. En el capítulo de la misión de febrero de 1982 se estudió de nuevo el tema del futuro Vicario Apostólico para la na– ciente Iglesia de Aguarico. Alejandro se levantó y en me– dio de los hermanos, y con aquella sinceridad que era la suya, manifestó que no convenia que él fuera el designa– do. Adujo que sus criterios y su manera de ser creaban división... Se le escuchó con silencio y respeto. Era una manifestación testimonial y no había por qué añadir co– mentarios. La procedura siguió su curso y en el momento opor– tuno el hermano capuchino Alejandro Labaka fue nom– brado Obispo. Los hechos sucesivos han mostrado que ese veredicto fue una bendición. Alejandro recibió el nombramiento como gracia, sin resistencia. Ha vívido intensamente su conciencia sacerdotal. •Pienso que es una llamada de Dios al don inmerecido de la plenitud del sacerdocio y una exigencia mayor para una consa– gración en humilde servicio a la Iglesia de Aguaríco, de la que he sido elegido ministro servidor del mensaje evangélico· (A su hermano P. Domingo, 20-IX-84). 194