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sus dos nueras cavando una fosa con machete, al pie d e un árbol y desnudito. Me dio mucha pena no haber po– dido estar allí en esos sus últimos días, pero tengo firme esperanza de que está en el cielo·. El hecho es, pues, que ni Alejandro, ni Inés, ni ningún otro misionero han bautizado hasta el momento a ningún Huaorani. Con esto se sale al paso de ciertos antropólogos que censuran la labor misional como un trabajo viciado por el colonialismo racial y espiritual. A los misioneros les interesaba rebatir esta y otras acusa– ciones indocumentadas. Al mes de la muerte del Obispo y de la Hermana, emitieron un comunicado desde Coca (21 de agosto de 1987). Entre otras cosas decían: ... conocedores de sus personas y acción, los Mi– sioneros y Misioneras del Vicariato Apostólico de Aguarico decimos: ... que nuestro Obispo y la Hermana Inés no bus– caban a los Huaorani para •catequiZP.rlos• o *conver– tirlos al cristianismo: como algunos han dicho, ro– bándoles su cultura e imponiéndoles otra ajena a su mundo. Durante diez años Monseñor y la Hermana intentaron encarnarse en el pueblo Huaorani., visitán– doles, conviviendo y compartiendo sus vidas, siendo sumamente respetuosos con su cultura, su forma de vi.da, sus costumbres, su conciencia. sus sentimientos, incluso religiosos, que admiraban, y así descubriendo las semillas del Verbo, la presencia de Dios creador en ellos, su Huinuni., esperar el día en que pudieran ofrecerles las riqueZtIS de Jesucristo, Dios hecho hom– bre. Monseñor no había bautizado todavía a nadie. Su obra evangelizadora no era llevar e imponer algo, sino respetar y asumir sus valores, dándoles por otra parte su vida, como testimonio de otro.s valores, que quedaron sellados para ellos con su muerte. Este documento, que da testimonio de lo que hicie– ron Monseñor e Inés y que implícitamente manifiesta el sentir actual de la Misión en cuanto al modo de evange– lización, no se publicó en imprenta (véase en OPI 283, 186
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