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todo como doctor y se adelanta a mostrarle las muelas que ha de sacarle; tres de una vez, que parece que no le doliera nada pero la cara se le ha hinchado un poco. Poco a poco van llegando todos a saludarnos; vienen desde muy lejos, viven retirados a varios kilómetros, y empiezan las preguntas para aquellas personas que ven por primera vez, en este caso la Hna. Salomé: ¿Aemona– no ina? (¿Cómo se llama ella?), y en fin, hasta saber su identidad. ¿Qué impresión tenemos de ellos? Es bella. Sus ojos hablan de inocencia; en ellos brilla el candor y la ale– gría; ese verlos desnudos sin sentir vergüenza unos de otros; ese profundo respeto por la mujer; se asemejan al primitivo hombre del Paraíso; es el pueblo que más cer– ca está de la historia de la creación. Están aún lejos de todo contacto de civilización, sólo conocen al misionero abnegado que llega allí para brindarles la bondad y la ternura que les diera su Creador. Pasamos allí una semana; no conocemos su lengua, no la entendemos, pero el lenguaje del amor puede mu– cho más y entonces parecía que nos entendiéramos, que lo hiciéramos en el mismo idioma..., son abiertos. El profeta de la selva Uno de los fines primordiales ·de este viaje era visitar al anciano Nampahuoe profeta entre ellos, ahora enfer– mo debido a una atrofia muscular. Para llegar donde él era necesario caminar un día. Vive muy retirado en bus– ca de mejor campo para la caceria, único medio de sub– sistencia para ellos. Se dudaba si las dos religiosas seria– mos capaces de llegar, pero nosotras nos sentíamos seguras de noso~as mismas y sabíamos que lo podía– mos hacer. Los Huaorani se oponían, debido a lo difícil que se hace caminar por la selva y que ellos bien saben Y conocen nuestra diferencia con ellos que caminan a largo paso y son fuertes para esto. A las siete de la mañana salimos en compañía de Araba que nos hizo muy entretenido el camino, 169
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