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mera vez que alguien hacía esta experiencia; pero él en– cuentra allí su felicidad siendo el más pobre entre los pobres, porque es él quien cocina, hace la leña, carga el agua; esto le hace vivir la vida sencilla y bella de Naza– reth. Feliz encuentro A las diez de la mañana divisamos al padre y a un grupo de jóvenes Huaorani, entre ellos dos pequeños, jugando felices con la quilla que con la ayuda del padn: habían fabricado, pues hasta entonces no hacían uso de canoas, cosa rara entre pueblos que viven a la orilla de los ríos, pero en todo caso ahora con la mayor facilidad lo hacen como si fuera lo más común para ellos; son de clara inteligencia y sentido práctico. Entretenían el tiempo pensando que nuestra llegada seria en las horas de la tarde, pues para el padre, que había perdido la noción del tiempo, hoy era apenas p ri– mero de Septiembre y grande fue la sorpresa cuando sintieron el motor a esa hora; nos pregunta por qué ha– bíamos adelantado el viaje. La alegria no puede descri– birse; fue motivo de acción de gracias al Señor por ha– bernos permitido llegar de nuevo al pueblo Huaorani y encontrar al Padre además de sano, feliz de aquella ex– periencia y con mucha pena de dejarlos. El saludo fue muy efusivo, de parte de todos; es una impresión imbo– rrable. El padre Alejandro se iba con Araba y Agnaento en la canoa fabricada por ellos, hacía poco; el Capitán Me– mo, corno lo llaman, sentado en la mitad y los dos mu– chachos hacían palanca hasta llegar a la casa de Pahua; Inihua, el padre adoptivo del Capitán Memo con noso– tros en el deslizador, los dos pequeños, como dueños Y señores del río en su quilla, haciendo por alcanzamos. En poco rato estuvimos en la casa de Pahua, madre adoptiva del Capitán, esposa de Inihua. Otra nueva emo– ción, porque cada encuentro es una nueva impresión; para el doctor todo el cariño, porque de él lo esperan 168

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