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la Hna. Salomé Fueyo, una Misionera Dominica, y una Terciaria Capuchina, Hna. Inés Arango. El viaje debe hacerse en un día, motivo por el cual preparamos lo estrictamente necesario ya que el río está demasiado seco y se dificulta la navegación. Llegó por fin el día de la partida, primero de Sep– tiembre. Nuestra alegría era inmensa pero a la par nos preocupaba el no poder llegar a nuestro destino, porque si el río estaba muy seco regresaríamos a Nuevo Roca– fuerte. Transcurrió todo el día; felizmente todo estuvo de nuestra parte y sólo a las cuatro de la tarde econtra– mos un inmenso árbol de lado a lado del río. La única solución era sacar todo nuestro equipaje, aun el motor, para poder pasar el deslizador por encima de aquel tronco; cosa difícil pero no imposible que con un poco de esfuerzo lo pudimos hacer en cosa de una hora para luego seguir el viaje por poco tiempo, porque se hacía tarde y debíamos buscar por donde hacer el campamen– to para pasar la noche improvisadamente, porque no contábamos con aquella noche de selva. Noche en Ja selva A las seis de la tarde, como es natural, estaba oscuro y era imposible seguir nuestro camino. Buscamos un lu– gar adecuado para dormir, lo más decente que se pudie– ra, pero de todas maneras sería improvisado, con pocas cosas o elementos de trabajo. El Padre Manuel se dedicó a la fabricación del campamento y Salomé y yo a prepa– rar algo que comer y luego descansar. Fue una noche fría, incómoda, pero bien poca cosa comparada con la alegria y satisfacción que se siente cuando se llega don– de los más pobres y necesitados. Amanece el día dos. No veíamos la hora de aquel en– cuentro. ¿Dónde y cómo estaría el padre Alejandro? ¿Acaso estaría enfermo? ¿Estaría en otro lugar? Es de– masiado largo un mes para estarse en el corazón de la selva en medio de un pueblo de lengua desconocida y con muy pocos recursos o sin nada. Además era la pri- 167
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