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Los dos que luego los veremos en su final glorioso se yerguen sobre el pedestal que les hace toda la Iglesia santa de Aguarico. Según ha ido nuestro relato, se va operando una en– trada pacífica en el "hábitat• de los Aucas. Aquellos hombres dejan de ser los feroces de los viejos relatos, y pronto serán unos hermanos dentro de la inmensa sel– va, una riqueza humana de la Amazonía. Pero hay un grupo sin control, un reducto temible para los mismos Huaorani. Son los Hombres de Taga, los Tagaeri. Taga es el cacique de la tribu, que da nombre al grupo. Han tenido sus rivalidades con familias y grupos Huaorani y, hoy por hoy, son enemigos de las gentes tenidas de su misma raza. El misionero y antropólogo P. Juan Santos Ortiz de Villalba, escribiendo sobre Los últimos Huaorani en 1980, nos da esta noticia final acerca de los Tagaeri: "Por informe de Kaento (o Sam Padilla), hijo de Da– yurna, sabemos que Taga andaba buscando como perro rabioso a Ampuda (=Ompura) y Peigo, y al no hallar la forma de desahogar su rabia, lo hizo con los trabajado– res inocentes de la Compañía (las tres muertes del 3 de noviembre de 1977). ¿Cuántos son los hombres de Taga? Muy pocos. Qui– zás no lleguen a cincuenta, contando mujeres y niños. Tratar de buscarlos en este momento es como lo del aguja en el pajar. Por temor a represalias permanecerán ocultos, moviéndose por todos los rincones de la selva. ¿Cómo contactar con ellos? Ningún Huaorani se siente capaz de hacerlo. Acaso una mujer que los cono– ciera y tuviese algún parentesco con ellos pudiera con– vencerles de que depusieran su actitud" (p. 146). El P. Alejandro, superior de los capuchinos en Aguarico (1979-1984) Ya dimos anteriormente, al hablar de la renuncia al cargo de Prefecto Apostólico, el esquema de oficios y servicios al que estuvo consagrado el P. Alejandro en los 159
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