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La atmósfera sigue muy densa y tormentosa. Los áni– mos están preocupados. Las noticias oficiales son más exactas: no hay heri– dos; se ha hallado al extraviado, pero son tres los muer– tos. En la calle corren fabulosas h istorias, llenas de mis– terio, salidas del horno tropical. Serían las cinco de la tarde cuando la gente aseguraba en la calle: - En ese helicóptero vienen los cadáveres. Yo espero en el terminal de los militares, pero el he– licóptero aterriza en Texaco. Poco después veo llegar a los militares, cansados, sudorosos, trayendo algunas lan– zas. Siento una tristeza que me asfixia. Me dirijo a uno de ellos y le pregunto: - ¿Han rescatado a los que se habían perdido? - Padre: no hay perdidos; hay muertos. En Texaco están ya los cadáveres. Poco después se me permite entrar en el hangar de Texaco, juntamente con el Jefe de Sanidad, Sr. Ríos; la Sra. Isabel Medina, corresponsal de "El Comercio• y va– rios trabajadores, llamados para identificar a las vícti– mas. La gente está muy impresionada. Seis, siete y hasta nueve golpes de lanza. Algunos de ellos han atravesado a fas víctimas de parte a parte. Rezamos por todos ellos: - Que las almas de Segundo Ribera Proaño, Pablo Huamizo e Isaías Paredes reciban el premio de mártires y nos obtengan de Dios la paz y la fe cristiana para nuestro pueblo hermano Huaorani. - ¡Amén!• (Crónica Huaorani, 87-88). Quienes los habían matado, según se conjeturó fun– dadamente, no eran miembros de los grupos ya conoci– dos, sino... ¡los Tagaeri! El suceso tuvo enorme repercusión en la prensa na– cional. En aquellos momentos la persona y la experien– cia del P. Alejandro hizo una labor tranquilizadora en medio del personal afectado. 150 ..__ _____
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