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Así escribe Alejandro hacia finales de 1978 en su Crónica XI, pero este criterio es el que ha inspirado to– da su actuación en las visitas a los hermanos Huaorani. Siguiendo con nuestra historia, parece que tras los primeros encuentros definitivamente los Huaorani son amigos. Desde ahora se podrá ir a ellos sin temer por la vida. Cuando se pensaba que ya los Aucas se habían ol– vidado de matar, el 3 de noviembre de 1977 corre el ru– mor de que las lanzas mortíferas han acribillado a va– rios trabajadores. Alejandro se encuentra en Coca, donde van a tener su reunión el consejo interno de los capuchinos, es decir, el Superior Regular P. Manuel Amunárriz, y los consejeros Juan Enrique Marco y Ale– jandro Labaka. Y allí ocurre una escena que de otro modo se iba a repetir diez años después. Que la cuente Alejandro. "A las seis y media de la tarde estamos cenando, cuando vienen a visitarnos las Hermanas Lauritas. Justo un sencillo saludo y Cecilia descubre su gran preocupa- ción: Padres, ¿saben lo que se corre en la calle? • '.> (···· ¡Que los Aucas han matado a varios trabajadores! os cuesta darle crédito pero, de verdad, nos inquie– ta. Decidimos ir directamente a las oficinas de la Com– pañía General Geofísica. El señor Zurita nos acoge amable y preocupado. No hace falta preguntarle nada: el mismo se adelanta a con– finnarnos la noticia. Se sabe que hay un muerto, dos heridos, dos perdidos al huir a la selva. Toda la tarde la han pasado evacuando de la zona a los demás trabaja– dores. La alarma ha cundido por todos los lados. - Mañana por la mañana avisaré al señor Viteri -dice- y seguramente necesitaremos su presencia. Nuestra reunión del día 4 con el Superior Regular, tratando de los asuntos pendientes de los Hermanos Ca– puchinos de esta pequeña porción de la viña francisca– na, se ve silenciada muchas veces por el estruendo de los helicópteros que sobrevuelan en Coca. 149

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