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Entre tanto ya estamos de nuevo sobre la casa aban– donada. - Ahí estaba la carpa y ahí está el helipuerto hecho por los mismos Huaorani, me dice el piloto. - Sí, sí, así es. Déjeme, pues, aquí. En este momento aparecen junto a la casa dos hom- bres, que nos hacen señas para aterrizar. - Ya les conozco. Son Peigo y Araba. Ya he bajado las cajas de obsequios y - Bueno; buena suerte, Padre. ¿Cuándo regreso? ¿Esta tarde? - No; el día 4 por la tarde. Mientras el helicóptero se aleja Peigo y Araba me ayudan a llevar las cosas al bohío abandonado; allí; se precipitan a .abrir las cajas, cogerse las cosas mejores y correr a ocultarlas en la selva antes de que vengan otros. No tardan en llegar Huane, Huimana, Quemomuni, Yacata y otros. Las cosas han desaparecido como por encanto, pero todos están muy contentos y se ve que quieren ir pronto a sus respectivas casas con los regalos. Peigo y Araba me indican que les siga selva adentro, mientras que los otros siguen diversos senderos. Impresionante este avance por la selva hacia lo des– conocido. Después de andar dos o tres kilómetros, nos encontramos un hermoso yucal y, a un ladito, medio oculta en la selva la carpa de Ompura, el "Tuerto•. Al entrar en la casa hay gritos de alegria, apertura de obsequios, relato de las vueltas que ha dado el helicóp– tero, cómo crujían los motores, cómo manipulaba el *otro capitán•; en fin, toda una fiesta Buganey y su hija se han vestido los mejores vesti– dos de mujer y al parecer se sienten muy felices. Des– pués de unos tres cuartos de hora Peigo y Araba em– prenden el viaje a su casa, que debe estar bastante lejos, dejándome solo con la Sra. Buganey y sus hijos, pues Ompura está de caceóa y no regresará hasta el atarde– cer,• (Crónica Huaorani, 52-53). Las horas van pasando entre risas, preguntas y jue– gos de niños. Arrecia el calor asfixiante de mediodía. 142
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