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una verdadera familia. Comprendí que debía despo– jarme del hombre viejo y revestirme más y más de Cristo en estas Navidades. Todo se desarrolló en un ambiente de naturalidad y emoción profunda, tanto para ellos como para mí, sin poder adivinar todo el compromiso que este acto puede entrañar para todos. Me vestí de nuevo y ellos comenzaron a pregun– tarme cómo se llamaban mi padre, mi madre, mis hermanos. Esto me sirvió para decir los nombres de mis padres y hermanos, añadiendo que, además, aho– ra los tenía. a ellos de padre, madre y hermanos. Fueron ellos los que me hicieron caer en cuenta del parecido de los nombres de mis padres con los suyos: Ignacio / Inihua, Paula / Pahua. Cuando llegaban otras familias noté que Inihua les describía lo sucedido y volvían a preguntarme los nombres de mis padres y hermanos (Crónica Huaora– n~ 43-44). Alejandro nace desnudo, como nueva criatura, en medio de los Huaorani. El lector franciscano no puede menos de evocar a Francisco de Asís. Desnudo comenzó ante el Obispo de Asís y desnudo termina: "llevado del fervor de su espíritu, se postró totalmente desnudo so– bre la desnuda tierra» (S. Buenaventura, Vida de S. Fran– cisco, 14,3). Y sigue comentando el Seráfico Doctor. "Ciertamente quiso conformarse en todo con Cristo cru– cificado, que estuvo colgado en la cruz: pobre, doliente y desnudo. Por esto, al principio de su conversión· perma– neció desnudo ante el obispo, y, asimismo, al término de su vida quiso salir desnudo de este mundo. Y a los her– manos que le asistían les mandó por obediencia de cari– dad que, cuando le viesen ya muerlo, le dejasen yacer desnudo sobre la tierra tanto espacio de tiempo cuanto necesita una persona para recorrer pausadamente una milla de camino·. El día 24 sobre las 16.00 horas regresó en helicópte– ro a Pañacocha. 140

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