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Yllegamos al primer campamento, comenzando a preparar donde instalarnos, aprovechando el antiguo bohío de cazadores. - ¡Padre, cuidado! -me gritó Mariano. A mis pies se hallaba una shishin (serpiente venenosa) queriendo morder mi bota; pero no pudo porque estaba con la barriga llena de al– go que acababa de comer. Mariano la mató sin inmutarse. Al día siguiente, mientras los cazadores se dedican a su afición, Jo– sé Miguel y servidor nos dedicamos a repasar los apuntes de la lengua Huao como estudiantes en vísperas de exámenes. Después vinieron los comentarios sobre la cacería del día, dando gracias a Dios que oyó la petición de nuestro Padre Superior en las oraciones de esa mañana: "Señor, concédenos una abundante cacería para poder obsequiar a nuestros hennanos Huaorani". Pues, ahi está la respuesta: un mono, un paujil, un motelo y, a última hora de la tarde, un precioso venado, "señalado para la fecha ", pues tenía las dos orejas partidas y lo mató Mariano, a quien, por la mañana, había cantado su pajarito anunciando buena cacería. Nuestros momentos f uertes. En este viaje hemos gozado del gozo espiritual de una verdadera vida franciscana en los momentos fuertes de oración comunitaria. La aventura de la empresa apostólica y nuestra impotencia ante ella nos han facilitado la oración de petición y alabanza comunitaria, en la que los dos seglares han participado ejemplar y activamente. Unos días fueron misas concelebradas; otros días, simples celebra– ciones de la Palabra, en la casa donde nos hospedamos entre los Huao– rani, oraciones circunstanciales de vida cristiana, seguidas de cánticos religiosos, que eran escuchados por los Huaorani. La segunda noche Araba vino a preguntarme si eso era 'lo que acostumbrábamos n hacer por la tarde". Me acordé también de que estaba delegado por nuestro Em– mo. Cardenal y por el Sr. Nuncio para llevarles una bendición especial en este nuestro primer viaje fluvial a los Huaorani. Un domingo sin Misa. El día primero de mayo, domingo, no pudimos hacer la Misa, por– que habíamos dejado escondido el cáliz en el campamento anterior. Habíamos esperado con impaciencia la llegada de los Huaorani a nuestro campamento; pero ni el ruido del motor ni mis gritos en 74

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