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La tarde del 18 salí a Pañacocha. Jueves, día 23 de diciembre. El capitán John desciende con toda decisión; los Huaorani se agol- pan en torno al helicóptero. Me pregunta el capitán: - ¡Qué, Padre, se queda? - Sí; me quedo. - Enton ces, ¿cuándo vuelvo? - Mañana, por la tarde. Acogida. Apenas se marcha el helicóptero, me saludan alborozados. Me ayudan a llevar las cosas y nos dirigimos a su casa, donde entramos con toda naturalidad. Abro los paquetes de obsequios: ropas, pilas, fósforos; luego, los paquetes de alimentos. Me han puesto pan y hago rodajas con merme– lada que devoran con avidez. Ya no queda por abrir sino "mi cama": una manta, una sábana, un plástico y un mosquitero, y dos mudas. Inihua se aficiona de la sábana y se la lleva; su hijo mayor hace otro tanto con la camisa y los calcetines. Va avanzando la tarde y les noto preocupados. Les entiendo que me preguntan si va a volver el "to, to, to" (helicóptero). Les explico que no y que pienso dormir en su casa. Inmediatamente cogen el hacha y el 'machete y me invitan a salir a la selva, enseñándome un "matiri" (aljaba) con sus flechas de chonta. Pienso que quieren traer material para hacer las flechitas y me voy con ellos a tumbar una chonta. Es admirable la destreza con que manejan tanto el hacha como el machete, haciendo un corte perfecto para tumbar el árbol en la direc– ción conveniente. Colaboro con ellos a cortar el tronco. Después de partir el tronco y abrirlo, me invitan a tumbarme sobre las tiras exten– didas en el suelo: y ahora me doy cuenta de que se trataba de prepa– rar mi cama. Celebran con grandes risotadas la exactitud de medidas. Al fin cargamos con las tablas y nos dirigimos a la casa a preparar la cama: la tabla de chanta, un plástico, una manta y el mosquitero. 35

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