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En otro momento me brindaron la chicha dulce. Sacaron, con cier– to misterio de intimidad, unas sartas de collares de dientes de tigre y jabalí: Huiyacamo me obsequió un collar con seis dientes de huanga– na y Deta, un diente de tigre que, me dijo, había pertenecido a un Ta– gaeri. Cai, por su parte, me confeccionó una corona de plumas, e Ini– hua y Araba me regalaron una bodoquera con su aljaba y flechas con curare. Deta se peinó muy femeninamente y comenzó a cocinar en su fo– gón independiente, mientras su madre Huiyacamo lo hacía también en el suyo. Las horas habían transcurrido sin sentir, y sonó en el río el motor de la canoa, en la que venía el otro grupo. Todos nos pusimos en mo– vimiento para salirlcs al encuentro. Mariano, Otorino y Nampahuoc tomaron una taza de chicha, mientras el P. Manuel pasaba un momen– to malo de mareo por agotamiento: la gran caminata, sin apenas nin– gún descanso y los kilos de grasa acumulados en su reciente viaje de visita a su "aitatxo" habían hecho mella; pero se repuso muy pronto, no así las costuras de sus dos pantalonetas, que se aflojaron precisa– mente por la parte más crítica y no hubo cómo arreglarlas. - Pero menos mal - dijo el Padre Manuel - que aquí nadie 111im nndn. Ybien, estamos de nuevo en la canoa, de regreso para nuestro tam– bo "Huipore onco". Ahora Ornare y Deta me invitan a acompañarlas en sus recitacio– nes, con idéntico resultado de repeticiones, intentos de imitación y de grandes risotadas. La reflexión sobre esta convivencia personal con los Huaorani me exigió renovarme en mi fe y en mi esperanza en Dios, que transciende todo apostolado. Recibir tantas atenciones de íntimo nivel familiar exige correspon– der en el mismo nivel, sin desairarles y, al mismo tiempoJ sin desper– tar intereses de otro nivel demasiado humano; esto con el agravante de no dominar la lengua para poder dar una explicación sobre mi identi– dad sacerdotal y de mi consagración religiosa, algo incomprensible pa– ra los Huaorani; esto sólo puede ser obra de Dios, mucho más todavía que vernos libres de serpientes, boas y venenos de varios géneros. Que Cristo premie, como hechos a El, tantos signos de la bondad del pueblo Huao, completándolos con la fe de un Cristo Salvador, aceptado personalmente por ellos. 114

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