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Convivencia en casa de mis padres y en la de Cai. No quiero dejar de consignar esta mi convivencia personal, por su carácter familiar. El día 10, viernes, a media mañana, nos dirigimos en canoa al par– tidero de las casas del grupo de Nampahuoe. El grupo se distribuyó en la canoa en la siguiente forma: Mariano en el motor; delante de él el P. Manuel, Deta y Huiyacamo con su hijito; Pahua mi madre y servidor hacia el centro de Ja "Cumandá"; en la proa, Otorino y detrás lnihua, Cai, Agnaento, Araba y Yacata. Se inició el viaje con gran entusiasmo. Otorino y Mariano siempre atentos a la buena marcha de la embarcación; el grupo de varones co– mentando en voz alta todas las peripecias de los dos marinos; y el gru– po central, un tanto ajeno a los otros, comenzó una larga serie de recita– ciones, manifestaciones preciosas de la cultura Huaorani. Conforme avanzaba la canoa, Pahua, Huiyacamo y Deta fijaban su mirada ora en unos árboles, ora en las nubes, ora en los pájaros, ora en los recodos del río y cantaban, sin cansarse, su poesía, en un semitonado, pidiéndonos con insistencia que les imitáramos repitiendo la canción. Pensábamos en los "bersolaris" de Euskalerria, e hicimos lo posible para imitar estas canciones Huaorani, provocando grandes risotadas de todos. ¡Cómo querría saber todo lo que nos hicieron cantar en esa mañana! Pero, una vez más, tuvimos que lamentar las limitaciones de nuestra ignorancia. Al llegar al partidero pensábamos dividimos en dos grupos: los Huaorani se irían a sus casas y nosotros, guiados por alguno de ellos, nos dirigiríamos a la casa de Nampahuoe. Pero, inesperadamente, nos propusieron otro plan: El P. Manuel, Mariano y Otorino con Araba y Yacata se irían a casa de Nampahuoe, y yo debería seguir al grupo de mi padre Inihua, Cai, mi madre Pahua, Huiyacamo, Deta y Agnaento. Vacilamos un momento, sin saber a qué atenemos; pero pronto accedi– mos a su propuesta, sin dar cabida a desconfianzas. Manuel relata su visita al grupo de Nampahuoe, donde fueron re– cibidos con grandes muestras de simpatía por el venerable Nampa– huoe y los suyos. El trato que a mí me dieron en este otro grupo fue ex– traordinariamente familiar. En un principio ambas familias se dedica– ron a mirar y remirar, en mi presencia, los obsequios y guardarlos cui– dadosamente, cada uno en su mochila particular, que dejaron colgan– do de los palos del techo. Cuando hubo de hacerse esta tarea, pidieron mi ayuda para que quedara bien alto, y esto en ambas casas. 112

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