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Huaorani nos han proporcionado el gusto de una experiencia apostó– lica en la que hemos adivinado la providencia de Dios, haciéndonos exclamar en más de una ocasión: - ¡Para ser suerte, es demasiada suerte! El equipo misionero. Lo constituíamos dos seglares y dos sacerdotes. Estuvo a punto de ser completado por dos misioneras: Ciertamente habría tenido alguna pequeña complicación, pero hubiera sido, sin duda aJguna, más rico, a nivel de gesto inicial de evangelización para el pueblo Huaorani. Mariano y Otorino fueron de nuevo los puntales, el todo, en lo concerniente a la marcha material de la expedición. Se pudo observar en ellos fraternal inteligencia, gran mística misionera, aprecio y aper– tura hacia la situación real del grupo Huaorani, interés por su cultura y por su lengua, servicio incondicional en todo momento hacia el equi– po, participación activa y voluntaria en nuestros momentos fuertes de oración, canto y misa comunitaria. Y todavía les quedaba humor para amenizar las sabrosas horas de veladas nocturnas y matutinas. Los dos primeros días aprovechamos nuestros momentos de serena reflexión para respondernos a las preguntas que se nos plantean fre– cuentemente cuando pretendemos organizar estas visitas: ¿Para qué van hacia los Aucas? ¿Acaso podrán predicarles? ¿Qué pretenden ustedes? Sencillamente: queremos visitarles como hermanos. Es un signo de amor, con un respeto profundo hacia su situación cultural y religiosa. Queremos convivir amistosamente con ellos, procurando merecer des– cubrir con ellos las semillas del Verbo, insertadas en su cultura y en sus costumbres. Nada podemos decirles ni pretendemos. Sólo queremos vivir un capítulo de la vida Huaorani, bajo la mirada, de un Ser Crea– dor que nos ha hecho hermanos. Los días en que estamos mezclados con el grupo no decimos Misa ni tenemos otros actos especiales, a excepción de algún canto, que nos recuerda a los viajeros nuestra misión principal de ser testigos de Al– guien a quien no podemos presentar de palabra, sintiéndonos desnu– dos de todo, para vivir la vida de Dios en la selva. Nos quedaron toda– vía otros dos días, cuando regresábamos, llenos de optimismo por el éxito de la visita, para reflexionar serenamente sobre nuestra vocación de evangelizadores de los Huaorani, pidiendo al Señor ayuda para mantenemos dignos de esta llamada suya y luz para organizar mejor 108

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